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Yo comí también en un paladar de Trinidad, pero uno más oculto, subiendo la montaña que lleva a la Iglesia abandonada. La calle estaba sin asfaltar, la casa era muy muy humilde, casi parecía que estábamos en una especie de suburbio. Pero, tras la casa más pobre, aparecía el patio más cuidado, y unas langostas con guarnición por 8 pesos convertibles (unos 5 euros). Impresionante.
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