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Me quedo con París, por poder pasear por los Campos Elíseos y sentirme una turista, por pasear por la Avenida Foch y ver donde vivía María Callas, por ver los escaparates de Rue Saint Honore y ser millonaria en mi mente, por tener Maxims, el restaurante más chic de la ciudad (¿o del mundo?), por permitirme recordar Moulin Rouge e imaginarme en aquella ventana, por reencontrar mi fe en Notre Dame, por el romanticismo del Sena, por parecer parisina en un bistró de Montmatre, por el simple placer de ver la torre Eiffel. En fin, es París y se disfruta en cada esquina, en cada plaza, en cada rincón.
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