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  • Acaso el hotel más conocido de toda Irlanda, suena más por su historia reciente que por las glorias pasadas, cuando los clérigos del padre O'Casey dispusieron en él su sede principal. Corría el año de 1852, el país continuaba bajo la soberanía británica y aún no había un James Joyce que pusiera el acento sobre la i en su capital, Dublín. Ha sido con el advenimiento de la música pop cuando The Clarence empieza a figurar como un must en la agenda de cualquier mitómano adherido a las causas universales. Pues sus propietarios resultan ser, nada más y nada menos, los líderes histriónicos del grupo U2: Bono y The Edge, quienes en 1996 renovaron el edificio con la intención de diversificar riesgos en su muy lucrativo negocio discográfico, además de proporcionar a sus seguidores un olimpo de diseño, arte visual y nuevas tendencias escénicas. Aunque, en honor a la verdad, la propuesta disfraza lo que única -y felizmente- es un buen establecimiento. Su emplazamiento, a orillas del río Liffey y detrás de Temple Bar, eje actual de la movida juvenil dublinesa, sin duda le reporta un plus acentuado de modernidad. De puertas adentro, el hotel es contemporáneo, minimalista en sus maneras, y estética clientela. A la izquierda existe un salón con chimenea a la última gracias a los óleos de Guggi, un pintor irlandés con cierto predicamento en los tabernáculos musicales de la ciudad (20 años atrás fue miembro del grupo punki The Virgin Prures). Más allá, Octagon Bar exhibe ciertos detalles conservados de la época anterior, como el lucernario abovedado, las paredes forradas de roble y los sillones chester al estilo de los pubs tradicionales. Un pelo austero, quizá, ajeno a esa otra generación que todavía canta de leyendas del pop que nunca morirán. Simplicidad Oído el ambientazo de las calles traseras, una estancia tranquila requeriría los dormitorios delanteros -y, mucho mejor, la suite 508, situada en el ático-, con vistas al Liffey caprichoso y romántico de la literatura joyceana. Ni grandes ni pequeños. Salvo las camas, que pueden acolchonar a toda una familia, nada en ellos prima sobre lo demás, tal es su simplicidad. Suelos de madera listada, alfombrados en rojo. Muros panelados de cerezo y haya de la verde Eire. Pomos, apliques e interruptores de acero cromado. Cajones que deslizan suavemente por sus rieles. Y, sin perder el orden, adornos de mejunjes cromáticos que evocan la mejor época del pop-art. Como en su día los Beatles, la marca U2 representa hoy por hoy una genuina fuente de divisas para la República de Irlanda. Nada que objetar entonces a que Bono y The Edge utilicen su hotel como un escaparate donde, según dicen, no se sigue la moda, se impone. With or without you.
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  • THE CLARENCE, un establecimiento de Dublín a orillas del río Liffey
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  • El hotel de U2, cita para mitómanos
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