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  • Octubre y noviembre caminan lentos entre los emplomados nubarrones que tiznan el cielo. Son dos meses para disfrutar de las delicias del otoño, los frutos silvestres que ahora llegan a su maduración. Robledales, castañares, alamedas, encinares o hayedos dejan palpar entre las espesuras un mundo de sensaciones cargadas de olores y colores. La tarea de recoger estas delicias es gratificante, aunque hay que tener un mínimo de conocimientos botánicos a la hora de identificar las plantas y no dañar la especie de la que se recogen los frutos. Hay que tener en cuenta que algunos arbustos ofrecen vistosas cosechas que son tóxicas para los humanos. Además, nunca hay que hacer acopio de todas las drupas, ya que muchos animales se alimentan de estos manjares. Hacia el final de la temporada, algunos arbustos se quedan incluso sin hojas, pero sus vistosos frutos siguen en las ramas, como en el caso de los endrinos, escaramujos, espinos albares y serbales. Bellotas y castañas suponen otra buena alternativa para recolectar, para realizar conservas y licores como el pacharán macerado con endrinas, el licor de bellota de los extremeños, la jalea de escaramujos del área de los Pirineos, el licor de madroño de las regiones del sur, o las mil formas de preparar las castañas que bien conocen los gallegos. PARQUE NATURAL DE HORNACHUELOS La dehesa cordobesa Los campos adehesados de la sierra de Hornachuelos se sitúan en el sector occidental de la provincia de Córdoba, sobre las laderas del macizo de Sierra Morena. Son 77.000 hectáreas de montes protegidos, que incluyen los términos municipales de Almodóvar del Río, Hornachuelos, Posadas y Villaviciosa de Córdoba, cubiertos por un manto vegetal en el que sobresale la encina como árbol más abundante. La explotación tradicional extensiva de ganado vacuno mantiene grandes dehesas, pobladas, además de encinas, por alcornoques, quejigos y acebuches. La otoñada trae a estas tierras su fructificación más apreciada, la montanera, en la que encinas y alcornoques riegan sus pies de sabrosos frutos que animales domésticos y salvajes saben aprovechar. Pero además maduran otras drupas de exquisito sabor como madroños, algarrobas, piñones e higos. El centro de interpretación del parque da buena cuenta de los recorridos por estos montes, como una ruta circular en bicicleta por las pequeñas carreteras entre Hornachuelos, San Calixto, las Navas de la Concepción y Mesas de Guadalora, o una ruta por el río Guadalora. HOCES DEL DURATÓN El tajo de los buitres Las llanuras de la meseta segoviana quedan rotas en las inmediaciones de la villa medieval de Sepúlveda por la profunda grieta que abre a su paso el río Duratón. Un enclave oculto entre el paisaje uniforme de las tierras castellanas, al que hay que arrimar la mirada desde el filo de sus cortados para poder descubrirlo. Entre las verticales paredes de este cañón habita la mayor colonia de buitres leonados de España: más de 400 parejas nidifican cada año en los abrigos y repisas de sus despeñaderos. A las afueras de Sepúlveda, camino de Villar de Sobrepeña, y tras pasar un puente que cruza el río, aparece una senda que permite recorrer las profundidades de las hoces por su margen derecha hasta el puente de Villaseca. La ruta, de unos 12 kilómetros, transita por los húmedos dominios de un bosque de ribera compuesto por sauces, alisos, álamos, olmos, fresnos y mimbreras, acompañados de arbustos como endrinos, escaramujos, majuelos y saúcos. Desde Villaseca parte una pista de tierra que llega hasta el lugar más emblemático del parque, la ermita de San Frutos: las ruinas de un viejo monasterio románico se asientan sobre un promontorio rocoso abrazado por el río y donde vuelan los buitres. ORDESA Y MONTE PERDIDO El valle del río Arazas Son muchos y variados los recorridos que se pueden hacer por el oscense parque nacional de Ordesa y Monte Perdido, pero durante el otoño, uno de los más espectaculares es el que recorre los hayedos y abetales del valle del Arazas. Arropado por los cortes rocosos más impresionantes de los Pirineos, este valle se hunde entre paredes verticales con desniveles de más de mil metros, en cuyas laderas se agarra una variada vegetación. Mientras las orillas del río son ocupadas por árboles y arbustos (sauces, avellanos, abedules y fresnos), el resto del valle es dominio de hayas, abetos, cerezos, serbales, acebos y majuelos, en esta época cuajados de frutos. Las cornisas más expuestas están cubiertas por pino negro, único árbol peninsular capaz de aguantar la dureza climática. Desde Torla parte una carretera que se interna en el valle del Arazas hasta un aparcamiento donde es preciso dejar el coche. Una pista lleva a través de un hayedo, acompañado por las aguas del río, que se descuelgan en bellas cascadas, como la de la Cueva, la del Estrecho o las Gradas de Soaso. En el fondo del valle aparece la Cola de Caballo, torrentera que se precipita desde una altura de 20 metros.
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  • Diario El País S.L.
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  • Tres espacios donde disfrutar de los sabores otoñales
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  • Los bosques se llenan de frutos
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