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  • El olor de las naranjas amargas recuerda inevitablemente su emplazamiento cordobés. A un paso exacto de la mezquita aljama, frente a las puertas de levante, existe desde hace algún tiempo una hospedería muy pizpireta que frecuentan los amantes de las flores por el dulzor que a veces despide su patio árabe. En un lateral de la calle del Magistral González Francés, tangencial a los ajimeces y celosías redundantes de la fachada exterior al mihrab, estos viajeros ilusionados curiosean en el interior de esta antigua casa de vecindario con la onírica intención de vivir una noche medieval a la luz de la luna entonando una salmodia de imam. Pero lo que hoy encuentran, tras sus balcones ensortijados en flor, no es más que la expresión de un simple hotel urbano, un cómodo y acendrado lugar donde aposentarse para admirar desde la cama el símbolo cultural de una ciudad barroca a orillas del Guadalquivir. En la actualidad, el laberinto callejero de la judería impone tomarse con calma el acceso motorizado y aparcar el utilitario en el garaje durante toda la estancia. Amable y cumplidor, el personal empleado se ocupa sin dilación del alojamiento, así como de servir una minuta de entretenimiento en el dormitorio, que viene a suplir la falta de restaurante en el hotel (pero no de una tienda con artículos de primera necesidad). Insospechadamente, el desayuno se toma en una cafetería-autoservicio abigarrada de mesas y sillas, a cargo de unos camareros dispuestos sólo a retirar las sobras y tomar nota del hospedaje a cada comensal, libre para degustar todo lo visible y hasta lo invisible, como el zumo de frutas que expende una máquina industrial: agua de la fuente con polvos pica-pica... Detalles en las habitaciones Es una grata sorpresa, después de transitar por el desangelado e impersonal vestíbulo, observar todo el rosario de detalles y propuestas domésticas acumulado en las habitaciones. Sus suelos irradian la misma pulcritud empelechada que los cuartos de baño, pródigos en equipamiento cosmético y sanitario de nueva ola (incluyen hasta un neceser para la clientela femenina). La mesa de trabajo provee folletos e información a espuertas de los recursos turísticos existentes en los alrededores. Sólo el cuadro ornamental, con una greca que recorre las paredes y una tapicería de muy dudoso gusto, resta brillantez a un espacio cuyas dimensiones equivaldrían en otros establecimientos de la ciudad a las de una verdadera suite. Las mejores se alinean en la fachada principal, con vistas insuperables de la mezquita cordobesa. Sólo por acostarse a un palmo de los arabescos vale la pena pagar 22.000 pesetas y consentir la mala insonorización (cañerías, apertura y cierre de puertas, tráfico en los pasillos, efusiones vecinas...) producida por la antigüedad del edificio. Lo mejor del hotel es, sin duda, el patio columnar. Una gloria andalusí desdoblada en un recinto pavimentado, de origen romano, y otro más abierto y desordenado, lleno de vegetación, reliquia de un huerto árabe. Esencia pura de un patio cordobés, tan diferente a los sevillanos o granadinos. Aire fresco desde la primera luz del alba. Legado vivo de los califas.
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  • Diario El País S.L.
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  • HOTEL CONQUISTADOR, antigua casa de vecindario con un soberbio patio de columnas andalusí
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  • Una ventana hacia la mezquita de Córdoba
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