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  • Cuando el conquistador español Sebastián de Benalcázar fundó la ciudad de Quito en 1534 jugaba sobre seguro. La bonanza del clima y la belleza de las inmediaciones habían sido descubiertas por los incas, que años antes establecieron en estos parajes la poderosa guarnición de Riobamba. Sobre sus cenizas se erigió San Francisco de Quito, la antigua capital norteña del imperio inca. Quito y Cuzco eran los extremos del eje de aquel fastuoso imperio, roto a la postre por el empuje de Pizarro y sus hombres, ayudados casualmente en su empresa por una guerra civil entre hermanos incas. Hablar de culturas andinas parece circunscribirse a Perú y Bolivia. Sin embargo, Ecuador, por su historia, ciudades y tradiciones, se antoja como un gran desconocido que espera su redescubrimiento, y Quito no es la excepción. La forma alargada del centro histórico de la capital ecuatoriana, patrimonio cultural de la humanidad, es un paso obligado. Hay caos de un tráfico dominado por viejos autobuses que han aumentado la contaminación. El trasiego de gentes y mercancías y el establecimiento de mercadillos por doquier parece engullir y desdibujar los monumentos durante el día, pero éstos renacen esplendorosos durante la noche quiteña, templada y silenciosa. Es el momento de visitarlos, siempre y cuando se haga en grupo. Con la caída del sol algunas de las calles adyacentes a la plaza del Veinticuatro de Diciembre no son recomendables. El nombre de Quito va indisolublemente unido en arte e historia a la colonia española. Y fue el gran centro de la conspiración por la independencia americana. En los cafetines y barberías en los bajos del edificio de la entonces Audiencia General, hoy palacio presidencial, se trazaban los planes republicanos. De todo aquello perviven algunas barberías, que siguen siendo centro de tertulia política y de relajada charla filosófica. Estamos en la plaza Grande, el núcleo originario de la ciudad, donde el monumento a la independencia -sufragrado con fondos del Estado francés- tiene la originalidad de representar a la antigua metrópoli española como un león herido. Los edificios republicanos, flanqueados por la catedral y el palacio arzobispal, forman un conjunto afeado por el moderno edificio municipal, obra desafortunada construida en 1978. 'Cosas de políticos ecuatorianos', dicen los quiteños encogiendo los hombros. A poco más de 100 metros se levanta una institución en toda América, acaso exageradamente llamado El Escorial de los Andes. Es el convento de San Francisco. Se hace difícil imaginar que en su ancha plaza, hoy con losetas de granito, en medio de limpiabotas, mercachifles y pedigüeños que apelan a los buenos sentimientos de los feligreses, fuera sembrado el primer trigal de América. Pero así fue. La innovación sigue aún. Dentro de sus recios muros, que encierran varias héctareas, hay más de 4.000 objetos de valor. Por fortuna se restaura todo lo que se puede, edificios y objetos, en medio de graves dificultades económicas que trata de paliar la ayuda de la cooperación española desde 1983. Maestros y artesanos se empeñan por mantener la enjundia de la escuela de San Andrés, un taller de los franciscanos donde nació la reputada escuela quiteña de imaginería, algunas de cuyas obras maestras 'han sido expoliadas o simplemente desaparecieron de la mano de algún anticuario', comenta uno de los arquitectos restauradores. Calles y callejas No muy lejos -en el centro de Quito nada está alejado- se descubre una exhibición ornamental exuberante. Artesonado, paredes, altares y el coro de la iglesia jesuita de la Compañía encierran más de siete toneladas de pan de oro. Las iglesias y los conventos se suceden entre calles y callejas en un sube y baja continuo que debe hacerse sin prisas, Quito está a 2.800 metros de altitud. Las casas dejan entrever a través de sus portalones patios interiores con balconadas, y sus fachadas encaladas y austeras recuerdan la tradicional arquitectura de la meseta castellana. Las clases pudientes optaron por un estilo francés con múltiples adornos exteriores. Después de abandonar la historia hay que contactar con otro Quito diferente y no menos interesante. Es el momento de visitar la fundación Guayasamín, un verdadero héroe ecuatoriano actual. Es probable que el visitante disfrute de la compañía de Saskia, una de las hijas del pintor, encargada de la fundación y celosa guardiana del espíritu del artista. Ella explica que todas las piezas, prehispánicas y coloniales, que Oswaldo Guayasamín recopiló 'tienen valor artístico más que arqueológico'. Pero es también la historia de Ecuador la que el maestro desaparecido en 1999 legó a su pueblo para salvaguardarla. La moderna catedral, de estilo neogótico, es la puerta al Quito actual. El de las anchas avenidas, centro de negocios y donde se elevan los primeros rascacielos y proliferan los centros comerciales. Es la zona donde se concita la vida nocturna quiteña. Para algunos es un secreto; para otros, difícil de encontrar. En realidad, la vida noctámbula comienza los viernes y se prolonga el fin de semana. Y el barrio del Guapulo (tranquilo lugar de cita de pintores e intelectuales en sus pequeños bares, con música en vivo) y la zona discotequera de las avenidas Amazonas y Doce de Octubre, en torno a los grandes hoteles, son los puntos de animación.
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  • Diario El País S.L.
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  • La capital de Ecuador, eje norte del antiguo imperio inca
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  • Las templadas noches de Quito
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