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  • En medio de la llanura cacereña aparece, solitario, un arco de cuatro pilares y nueve metros de altura. Y un miliario con indicaciones kilométricas. Cinco siglos de colonización romana dejaron una extensa red de autopistas de piedra, las calzadas romanas, por toda la península Ibérica. La mayoría de ellas reposa desde hace tiempo bajo el asfalto de las carreteras nacionales o sus sillares de piedra pulida desaparecieron para ser empleados como material de obra barato en edificios públicos y privados. Pero ocultos entre la hierba y los matorrales quedan aún numerosos vestigios de aquellas obras de ingeniería con las que los romanos lograron domesticar todo un imperio. Una de esas calzadas, en concreto la número XXIV, unía Mérida (Emérita Augusta), la capital de Lusitania, con Astorga (Asturica Augusta), en lo que hoy es provincia de León. A lo largo de casi 500 kilómetros atravesaba la dehesa extremeña y se internaba en la actual Castilla para llegar hasta los pies de la cordillera Cantábrica. Su importancia como eje norte-sur fue clave en la historia de España. Incluso las tropas árabes que invadieron la Península la utilizaron en su avance. La llamaron B'lata (calzada empedrada), lo que con el tiempo derivó en su nombre actual, la Vía de la Plata. La carretera N-630 circula en paralelo y muchas veces superpuesta a la calzada, lo que en general permite a los no senderistas el fácil acceso en coche a los restos romanos. La ruta se inicia en Mérida, junto al acueducto de los Milagros, una canalización sobre el río Albarregas con más de 800 metros de longitud y 25 de altura de macizos sillares de granito. No se han caminado ni seis kilómetros de la vía romana cuando aparece el embalse de Proserpina, uno de los dos que abastecían la ciudad en época de Augusto, y del que se puede ver en perfecto estado el muro de mampostería de ladrillo levantado hace 2.100 años. Tras el embalse, la ruta se interna en la dehesa extremeña, un paisaje ondulado de alcornoques, encinas y quejigos, y surcado por decenas de ríos. Para salvar la geografía, los ingenieros romanos recurrieron a puentes construidos con una técnica etrusca: el arco de medio punto. Su sabia utilización, junto al uso de una especie de hormigón armado muy resistente, ha permitido que incluso los puentes de grandes proporciones, como el de Mérida sobre el Guadiana o el de Salamanca sobre el Tormes, sigan en uso. El primer puente que se cruza tras abandonar Mérida es humilde. Queda a la entrada de Casas de Don Antonio, una aldea donde se cree que hubo una especie de área de servicio, con posada, guarnición, taller de reparaciones de carruajes y alquiler de caballos. A la salida, otra sorpresa: el primer miliario. Los miliarios eran los postes kilométricos, unos cilindros de piedra tallada donde se indicaban las millas hasta la siguiente aldea. A lo largo de la ruta irán apareciendo otros muchos, derribados junto a la calzada o adosados a muros y cercados de piedra. Tras pasar Cáceres, donde quedan pocos vestigios de la época, la Vía de la Plata vuelve a la soledad de los campos camino del valle del Tajo y el embalse de Alcántara. Allí, en una zona olvidada (porque la carretera N-630 se aleja del trazado de la calzada), aparece por primera vez el pavimento original, unos cuantos metros de piedra pulida. Es una sensación extraña contemplar aquellos restos comidos por los matorrales e imaginar sobre ellos una intensa actividad de carruajes de caballos engalanados con tribunos a bordo, de soldados licenciados y aldeanos a pie con sus caligae (sandalias) de piel de venado y de funcionarios del Cursus Publico, el servicio de correos, galopando a caballo para entregar sus misivas en Emérita Augusta. Es lógico pensar que si en cada arroyo los ingenieros romanos colocaron una pasarela, para salvar el río Tajo idearían una obra colosal: el puente de Alconétar, un vado de 290 metros de longitud y 16 arcos que el emperador Trajano mandó construir durante su reinado. Como el embalse de Alcántara amenazaba con sepultar lo poco que quedaba de él, sus restos fueron desmontados y vueltos a recomponer unos kilómetros más arriba, donde aún pueden verse cuatro arcos y cinco pilares de la estructura original. Más adelante, a unos tres kilómetros de Grimaldo, vuelve a aparecer la calzada original. Un trozo de statumen, la capa de cantos rodados que se colocaba como base de la calzada. Sobre ella iba el rudus, un nivel de piedras más pequeñas, y por encima de ésta se ponía una capa de tierra apisonada y finalmente la summa cresta, la cara pulimentada. La frontera natural La vía se interna en el valle del Ambroz, y a la derecha se elevan los contrafuertes de la sierra de Gredos. A lo lejos aparece el puerto de Béjar, la frontera natural con Castilla. Es entonces, en mitad de una llanura, cuando se muestra uno de los más impactantes recuerdos de Roma en Extremadura: el arco tetrapilón de Cáparra. La localidad albergó edificios y templos hoy desaparecidos. Todos menos un arco de cuatro pilares, de nueve metros de altura y sillares de granito que soportan una bóveda con arcos de medio punto. A su derecha se levantaba la ciudad y los edificios privados; a la izquierda quedaba la zona sagrada, con los templos y el teatro. Y por debajo de él, la calzada en su lento caminar hacia Astorga. Extremadura acaba en Baños de Montemayor, estación termal que sirvió de zona de descanso a los habitantes de Cáparra. Bajo el actual balneario aún pueden verse restos de las termas romanas que hicieron famoso al pueblo. A la salida se ha reconstruido poco más de un kilómetro de la antigua calzada, con sus bancadas, su perfil abombado para drenar el agua y una red de alcantarillas. La rehabilitación del viejo camino permite salvar las últimas rampas del puerto de Béjar, frontera histórica entre Extremadura y Castilla. Al otro lado vuelven a aparecer vestigios de la antigua calzada, casi 12 kilómetros en los que el caminante puede sentir la presencia del camino auténtico, sentarse en sus barandillas quitamiedos y disfrutar del perfecto trazado. Un miliario -mandado construir por Caracalla en el año 217- indica que estamos en la milla CXXXIV del camino. A partir de aquí, la Vía de la Plata, la calzada romana que fue columna vertebral de Hispania, se interna en tierras castellanas. La roturación de terrenos de labor y la concentración parcelaria hicieron desaparecer casi por completo el trazado original. No obstante, puentes fabulosos como los de Salamanca y Zamora, o murallas como las de Astorga, recuerdan que la larga y creativa mano de Roma llegó también a estos confines de la colonia.
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  • La Vía de la Plata, una ruta romana entre Mérida y Astorga
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  • La calzada de los gladiadores
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