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  • Núñez de Arnalte, tesorero de los Reyes Católicos, gozó de privilegio y fortuna para construirse frente a la catedral abulense un torreón que hospedó, entre otros egregios de la época, a Felipe II. Su preceptor y consejero, el marqués de Velada, retratado por Góngora en el poema Al marqués de Velada, adquirió más tarde el edificio para convertirlo en el grandioso monumento que hoy es. Desde la portada catedralicia se percibe, en una pronunciada axonometría, la insolente gravidez del torreón primitivo, angulado hacia la plaza con el apósito de dos alas de mampostería y sillares esquineros de granito, una de las cuales define su austera fachada renacentista. Lo más interesante, sin embargo, prevalece de puertas adentro. El recital arquitectónico se inicia en los corredores, continúa a través de las estancias y culmina en un imponente claustro del siglo XVII, donde todo Ávila se cita a la hora del café. A su alrededor se alinean siete lujosas salas pertrechadas con lo necesario para la celebración de convenciones y capaces de albergar hasta 400 personas. El refinamiento de estos salones es un argumento a tener en cuenta tanto o más que su amplitud y luminosidad. De paso a las habitaciones se pisa una moqueta ajustada a la geometría de los pasillos y moteada con el blasón de los Velada. Aristocrático recibimiento para ir tomando posesión de otros territorios más íntimos, aunque no siempre herméticos a la barahúnda emergente desde el vestíbulo. Como tampoco parecen serlo las ventanas, pese al metro y medio de espesor que acreditan los muros. Ni el paso del tiempo perdona ciertos rincones, zócalos y tapicerías de uso común. Pero las alcobas satisfacen holgadamente por sus generosas dimensiones y atildada elegancia, la mayoría en tonos azules con muebles lacados y pintados a mano. Cálidas en invierno, refrescantes en verano, llenas de sutilezas en piedra y madera. Diseñadas a gusto de quienes, al menos por un día, logran su sueño de vivir como un marqués. Desayuno en la cama, carta de almohadas, aire limpio de tabaco y otras galas ceremoniales. Las mejores, sin duda, ocupan la zona antigua del palacio, con vistas a la catedral y su alambicada crucería. Se suceden del número 134 al 144, aunque la 138 es la preferida de muchos por su ventana enmarcada en un arco de piedra. El capricho máximo toma cuerpo en la suite del torreón, un dúplex abovedado de ladrillos y decorado con antigüedades que se paga al doble que las demás.
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  • Diario El País S.L.
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  • PALACIO DE LOS VELADA, un edificio histórico frente a la catedral de Ávila
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  • Noche en el torreón que hospedó a Felipe II
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