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  • Si hay un paisaje sedante y, al tiempo, en perpetua mutación, ése es el Delta del Ebro. Un lugar que a primera vista es plano y desnudo hasta el hastío y en el que, sin embargo, un ojo atento descubre miríadas de seres vivos que llevan su vida al margen de la nuestra, aunque en paralelo; en charcas, lagunas y carrizales. Un lugar que se transmuta al ritmo de los cultivos de arroz, el cambio de las estaciones y las mareas. Que, como ahora, aparece encharcado por las lluvias y taladrado por los rastrojos del arroz que despuntan entre las eras; en primavera, inundado y cubierto de una tierna pelusa verde, y en verano, doblegado bajo el peso dorado de las espigas. Con sus 32.000 hectáreas (8.000 de ellas declaradas parque natural) surcadas de canales, acequias, lagunas y arrozales, el delta forma el humedal más extenso de Europa tras la Camarga francesa. Y uno de los más valiosos. Un ecosistema en el que la acción humana es indisociable de la vida salvaje y en el que, a base de esfuerzo y de adaptación al medio, han aprendido a convivir distintas comunidades. Bípedos, aves y peces se respetan y mantienen un frágil equilibrio ganado a pulso. Pero muchos habitantes de la zona temen que este precario equilibrio (el delta está por debajo del nivel del mar y hay que luchar continuamente para evitar su salinización) peligre con el polémico trasvase del Ebro. Si los planes no cambian, se desviarán del río 1.050 hectómetros cúbicos de agua para aliviar la sed de la huerta murciana y de Almería. Hoy por hoy, el delta del Ebro es un magnífico espacio en el que caminar por playas interminables, hacer un pequeño crucero por la desembocadura del río, comer 'el mejor arroz del mundo' (palabra de lugareño), charlar con sus habitantes, u observar desde los numerosos miradores aves acuáticas tan raras e interesantes como el morito, la garcilla cangrejera, el avetoro o la gaviota de Audouin, que tiene en la isla de los Alfaques la mayor colonia nidificante del mundo. Lagunas interiores Por estas fechas, el sol aún templa la arena y el aire mediterráneo. El agua refleja las nubes pasajeras como si fuera una cuchilla de acero, y las aves se ponen a salvo de los cazadores y los bracos de movimiento preciso en las lagunas interiores. El Canal Vell, L'Encanyssada, La Tancada... Cada una tiene su observatorio de madera para espiar a los pájaros desde las alturas o, simplemente, aprehender el paisaje con la mirada y echarse a volar desde la imaginación. Somormujos, zampullines y toda clase de patos recién llegados de invernada pasean su sigilosa figura sobre la superficie del agua mientras que avocetas, agujas y otros limícolas de pico largo y pata fina escarban en el fango en busca de algo bueno para comer. De vez en cuando, el vuelo amenazante de un aguilucho lagunero levanta a su paso una nube de aves inquietas como mosquitos, que huyen despavoridas hacia otro lugar. Las garzas, estáticas y estilizadas como una escultura art nouveau, se exhiben en cambio junto a las orillas. Si se elige conocer estos y otros enclaves de interés, lo mejor será pasarse primero por el ecomuseo de Deltebre para situarse, porque la falta de indicaciones y de referentes en el paisaje propician la confusión. Pero la estancia no será completa -se necesitan al menos dos días- sin un arrossejat (arroz caldoso de pescado) o una lubina pescada a caña y un largo paseo por las playas de Riumar o de Serallo para diluirse en la puesta de sol y dejarse besar por las olas. Arroz, pesca y caza Los habitantes del delta no solamente viven del cultivo del arroz, que aquí se remonta al siglo XVII gracias a los monjes cistercienses de Benifassà, sino también de los viveros de mejillones, ostras y chirlas, de la pesca tradicional y hasta de la caza, que, si se practica de forma controlada (eso dicen al menos los cazadores), ayuda a controlar las poblaciones de pollas de agua, voraces predadoras de la querida gramínea. Para todo ello, el agua dulce es imprescindible. Mediante sabios sistemas de regadío de origen árabe (azudes, acequias y aceñas forman parte de este legado) y un reparto equitativo de las aguas gestionado por las comunidades de regantes, se inundan los campos a finales del invierno disponiéndolos para la siembra y se obtiene ese complejo equilibrio entre agua dulce y agua marina, clave para la supervivencia del delta. La declaración de parque natural en 1986 sentó aquí como un tiro. Era sinónimo de restricción. Sin embargo, el sentido común y la tarea educativa han logrado que las gentes de la ribera, como se les llamaba antiguamente, asuman de más o menos buen grado que, para proteger su modo de vida, es necesario conservar el medio. Así es que los agricultores tienen hoy en general un cuidado exquisito a la hora de emplear abonos e insecticidas ecológicos y preservar su rico patrimonio cultural y natural. Como dice Eugeni Masdeu, un encantador agricultor, mariscador y experto en buceo de Poble Nou: 'Nosotros somos los primeros interesados en que esto se preserve, vivimos de ello desde pequeños'. Aun así, mentar el movimiento ecologista es mentar la bicha, sobre todo entre los cazadores, quienes, de aquí al año 2003, tendrán que adaptar sus escopetas a los nuevos perdigones de acero inoxidable. Sin embargo, ante el temido trasvase, las diferencias entre ellos se han superado y están todos a una, como en Fuenteovejuna, luchando por defender lo que consideran suyo. Denuncian que supondrá una regresión irremediable del delta, además de aumentar su salinización, la eutrofización (proliferación de algas nocivas) y la falta de oxígeno en el agua. Durante este mes de diciembre se han presentado en la zona numerosos parlamentarios europeos para evaluar el impacto que el trasvase podría causar. Los responsables del parque claman a coro que si la sensatez y la sensibilidad no se imponen, el delta puede acabar 'en una cloaca' que ponga fin a un modo de vida único y secular en el que todos tienen cabida.
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  • La acción humana y la vida salvaje confluyen en el Delta del Ebro
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  • Al ritmo del arrozal y las mareas
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