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  • Brotando en equilibrio sobre el suelo, unas rocas pulidas como bolas semejan racimos salomónicos de algún retablo barroco. El paraje se llama Los Barruecos y está algunos kilómetros a poniente de la ciudad de Cáceres, en términos de un pueblo de origen medieval, Malpartida. En la penillanura de granito y dehesas, aquellos berrocales son uno de los raros casos en que la naturaleza parece invadir y usurpar los recursos del arte. Por cierto, algunos estudiosos derivan la palabra barroco precisamente de barrueco, de estas formaciones graníticas a las que nadie hacía mucho caso. Tampoco se lo hacían a unas ruinas industriales antiguas, confundidas sus piedras con el paisaje. El olvido tuvo la virtud de preservar un lavadero de lanas del siglo XVIII, cuando los rebaños venían a pasar inviernos más tibios en Extremadura. A todo esto, un artista estrafalario y alemán se dejó caer por Guadalupe en 1958 para conocer de cerca la obra de Zurbarán y se enamoró de la maestra del pueblo, Mercedes, con la que se casó al año siguiente. Wolf Vostell, que había nacido en 1932 y tenía su estudio en Colonia (más tarde, en Berlín), iba y venía de la vorágine artística tudesca a la quietud de las dehesas extremeñas. En una de ésas, en 1974, fue a darse de bruces con Los Barruecos. Inmediatamente, y muy de acuerdo con su ideario artístico, declaró aquel paraje 'obra de arte de la naturaleza' (la Junta de Extremadura hizo lo mismo 20 años más tarde, cuando lo declaró monumento natural). Entonces empezó a rondarle la idea de hacer algo allí, con aquel paraje de granito barroco y aquellas ruinas desvalidas. Tuvo habilidad y fortuna. Las autoridades creyeron en él, y en 1976 se creaba un extraño museo con el arte más vanguardista en el escenario más dormido. Hoy es un complejo admirable, que visitan cada año más de 30.000 curiosos. Las naves sostenidas por arcadas de mampostería cobijan un centro de arte moderno que comprende tres secciones: la colección Wolf y Mercedes Vostell, con obras e instalaciones del propio artista; una colección de arte conceptual, y la donación de Gino di Maggio, Fluxus. La colección de arte conceptual se fue generando merced a los encuentros, semanas y acciones diversas promovidas por Vostell con artistas lusos y españoles entre los años 1977 y 1983. La colección Di Maggio, consistente en unas 250 obras de 31 artistas de todo el mundo, la confió el mecenas italiano al museo en 1996, después de mantener una amistad con Vostell desde los años sesenta. Quienes contemplen este centro de arte no saldrán indiferentes. Vostell era un provocador. A quienes piensen que aquellas formaciones graníticas y aquellas ruinas barrocas nada tienen que ver con la propuesta vanguardista, les responde que 'el arte es vida y la vida es arte'. Los iconos más idolatrados de la modernidad aparecen continuamente en el recinto de Malpartida: automóviles, hormigón, monitores y aparatos de televisión. No exaltados, sino aplastados, embarrados, desenmascarados por una mirada pura y combativa, que prefiere 'contemplar un pez antes que la coronación de la reina de Inglaterra'. Ahora nos vamos acostumbrando a todo, pero hay que decir, en su honor, que Vostell fue uno de los primeros artistas que emplearon en sus obras, instalaciones o happenings estos objetos cuando Nam June Paik -que está presente en la colección Di Maggio- aún aventuraba sus primeros pasos. Centro de interpretación Una foto mural de Vostell entre dos pastores (con un pie afirmando esa mirada pura del hombre 'que habla con las estrellas, que comprende al artista, que santifica la sencillez, el grito del pájaro, el balar de la oveja, el idioma de las piedras') da paso a un centro de interpretación que expone el mundo de la trashumancia, de las cañadas y vías pecuarias y del propio lavadero. Es, como decía Vostell, pasar del torbellino al silencio, y del silencio al torbellino. Una represa artificial sigue embalsando el agua utilizada, en los buenos tiempos, para lavar unas 80.000 arrobas de lana cada año (un millón de kilos). Tras el esquileo de los rebaños y pesado de la lana, ésta se limpiaba mediante un sistema de canales, se ponía a secar al sol tres días en la pedrera y era luego cardada y empacada en sacas que iban a las fábricas textiles de la vecina Béjar, o a Corvilha, donde se almacenaba lana de todo Portugal. Entre los canales y el secadero, el fuselaje de un avión Mig-21 atravesando dos coches, tres pianos y nueve monitores, obra de Vostell, luce el título ¿Por qué el proceso entre Pilatos y Jesús duró sólo dos minutos? Un alegato ante la falta de atención a las pequeñas grandes cosas de la vida. Entonces se empieza a comprender que todo esto tiene sentido. 'El sueño es el verdadero poder, y no el poder, que es un sueño', dicen que dijo Dalí, presente en el museo con un telón de motos oxidadas. Y Vostell decía otra cosa tan inquietante o más: 'Todo lo que podemos pensar puede pasar'.
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  • Malpartida, en Cáceres, alberga el sorprendente Museo Vostell
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  • Vanguardia en plena dehesa
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