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  • Los jóvenes Erika Feldman e Ignacio González-Haba poseen en explotación una finca en el pueblo toledano de Oropesa donde crían gallinas de corral y engordan pichones. Aves diminutas de grano, de sabor suculento, que se preparan con dos cocciones y se han convertido en uno de los platos estrella de este nuevo restaurante madrileño, Montana. La otra gran especialidad son los huevos de corral, de la misma procedencia, que se sirven estrellados sobre patatas y cebollitas. Dos lujos que pone a punto el cocinero Oliver Vázquez, joven profesional que también demuestra su valía en otras preparaciones que pueden degustarse en el mismo local. Vale la pena empezar con las croquetas de carabineros, o con los quesos de oveja y cabra en porciones rebozados y fritos. Las alcachofas con cardos y espárragos trigueros dan la talla, y las gambas salteadas con setas tienen bastante gracia. Lamentablemente, no llegan a entusiasmar las carnes de la misma manera: el solomillo de buey, bastante tierno, tiene regusto a cámara, y las albóndigas de vacuno se presentan demasiado secas. Para terminar, de postre, frambuesas en almíbar o buñuelos de chocolate, ambos de preparación casera. La bodega es escueta y da para salir del paso. Particular interés tiene el menú Montana, que se tarifa a 21,64 euros (3.600 pesetas), IVA aparte. Le sobran méritos y reconocimientos a este hostal y restaurante de carretera, que desde hace muchos años atiende a centenares de clientes diarios: el Landa, a las puertas de la ciudad de Burgos. A la amabilidad y profesionalidad de su servicio hay que sumar la confortabilidad de su ambiente y una calidad que sobrevive a las constantes aglomeraciones a que se ve sometido por el flujo de vehículos de la carretera nacional I (Madrid-Burgos). Al margen del restaurante, que se mantiene en una línea media discreta, lo más interesante es su famosa barra. Se trata de un lugar rodeado de pequeñas mesas en las que igual se puede desayunar que merendar, tomar el aperitivo o comer y cenar de una manera más informal a base de raciones diversas. De entre ellas, están bien las croquetas de jamón; resulta también muy agradable el queso manchego en porciones; son suculentos los pepitos de ternera y deliciosos los huevos fritos con morcilla de Burgos, un embutido que también se vende para llevar a casa. Llama la atención la oferta de bollería, bastante cuidada. Los suizos, las caracolas, las pastas y, especialmente, los cruasanes tienen todos ellos una finura poco frecuente. Lo mismo que los canutillos rellenos de crema, un postre insoslayable en una visita al Landa. El café es bueno y las infusiones no decepcionan. Para beber, dispone de una bodega bien pertrechada de marcas.Los jóvenes Erika Feldman e Ignacio González-Haba poseen en explotación una finca en el pueblo toledano de Oropesa donde crían gallinas de corral y engordan pichones. Aves diminutas de grano, de sabor suculento, que se preparan con dos cocciones y se han convertido en uno de los platos estrella de este nuevo restaurante madrileño, Montana. La otra gran especialidad son los huevos de corral, de la misma procedencia, que se sirven estrellados sobre patatas y cebollitas. Dos lujos que pone a punto el cocinero Oliver Vázquez, joven profesional que también demuestra su valía en otras preparaciones que pueden degustarse en el mismo local. Vale la pena empezar con las croquetas de carabineros, o con los quesos de oveja y cabra en porciones rebozados y fritos. Las alcachofas con cardos y espárragos trigueros dan la talla, y las gambas salteadas con setas tienen bastante gracia. Lamentablemente, no llegan a entusiasmar las carnes de la misma manera: el solomillo de buey, bastante tierno, tiene regusto a cámara, y las albóndigas de vacuno se presentan demasiado secas. Para terminar, de postre, frambuesas en almíbar o buñuelos de chocolate, ambos de preparación casera. La bodega es escueta y da para salir del paso. Particular interés tiene el menú Montana, que se tarifa a 21,64 euros (3.600 pesetas), IVA aparte. Le sobran méritos y reconocimientos a este hostal y restaurante de carretera, que desde hace muchos años atiende a centenares de clientes diarios: el Landa, a las puertas de la ciudad de Burgos. A la amabilidad y profesionalidad de su servicio hay que sumar la confortabilidad de su ambiente y una calidad que sobrevive a las constantes aglomeraciones a que se ve sometido por el flujo de vehículos de la carretera nacional I (Madrid-Burgos). Al margen del restaurante, que se mantiene en una línea media discreta, lo más interesante es su famosa barra. Se trata de un lugar rodeado de pequeñas mesas en las que igual se puede desayunar que merendar, tomar el aperitivo o comer y cenar de una manera más informal a base de raciones diversas. De entre ellas, están bien las croquetas de jamón; resulta también muy agradable el queso manchego en porciones; son suculentos los pepitos de ternera y deliciosos los huevos fritos con morcilla de Burgos, un embutido que también se vende para llevar a casa. Llama la atención la oferta de bollería, bastante cuidada. Los suizos, las caracolas, las pastas y, especialmente, los cruasanes tienen todos ellos una finura poco frecuente. Lo mismo que los canutillos rellenos de crema, un postre insoslayable en una visita al Landa. El café es bueno y las infusiones no decepcionan. Para beber, dispone de una bodega bien pertrechada de marcas.
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  • Diario El País S.L.
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  • Desde el corral hasta la mesa
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