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  • Mármol, arte fino y palmeras en Sevilla, en un palacete construido durante la Exposición Iberoamericana de 1929 en la bellísima avenida de la Palmera. Así entra en la escena hotelera de la capital andaluza este melindre aristocrático de estilo Liberty, rodeado por unos jardines de acentos nítidamente coloniales y unas aceras vencidas por el sueño en cuanto caen las primeras sombras de la noche, aunque resucitadas al tráfago urbano desde muy temprana hora de la mañana. Apenas una placa en latón revela el nombre del establecimiento, no su utilidad para el viajero. Conviene, pues, haber reservado plaza con antelación para que, al pulsar el timbre, quien custodia la recepción reconozca al huésped y active la apertura automática de la verja. Al fondo de un breve paseo flanqueado por setos de vegetación aparece la altiva escalinata de entrada -con balaustrada de mármol-, con vistas al jardín delantero y a la piscina enfoscada bajo los arrayanes. La villa guarda en sus interiores el supuesto carácter barroco de las residencias patricias sevillanas. Iluminado por arañas de cristal y al trasluz de lo que filtran sus portalones vidriados, el vestíbulo anticipa el adjetivo nobiliario del resto de las dependencias, actualmente transformadas en un encantador alojamiento de 12 habitaciones en los antípodas de aquellos macrohoteles inaugurados con ocasión de la Expo 92. Lo que resulta ostensible en cualquier dirección que se mire: alfombras de nudo, festones bordados, objetos de plata, óleos centenarios, nogal y caoba labrados, lencería de hilo... Dos primorosos salones decorados en tonos sangre resumen, igual que los dormitorios, el tronío visceral de quien habitó por primera vez este palacete sevillano, la marquesa de Castilleja. Sin mayores sutilezas, el hotel ha respetado lo esencial de su legado definiendo una personalidad característica en cada pieza, con los suelos escaqueados en blanco y negro, los techos altos, los cortinajes suntuosos, las alfombras floreadas y una mesa de estilo isabelino sobre la cual esparce sus pétalos -qué dislate- un ramillete de rosas artificiales. Mayor agravio se le supone al televisor, exhibido sobre una placa metálica o una mesita negra de muy poca gala. Los cuartos de baño convencen por su holgura y la exquisita disposición de los sanitarios. De estilo veneciano, el de la habitación 1 ofrece doble lavabo y un baño convenientemente separado de la ducha, con ventanas abiertas al paseo de la Palmera. En rosa y grana, el de la 2 alberga una bañera de acento helénico y un vestidor para subrayar el carácter versallesco de su cama de matrimonio, sustentada en un baldaquino de cuatro pilares truncados. Primoroso, en sangre y fuego, el de la 6 ocupa un amplio espacio en el sótano, con luz apenas filtrada por los visillos de un ventanillo. Más luminosas parecen, en consecuencia, las dos plantas superiores de la villa, resueltas en colores pastel, limón y vainilla. Ideales para abrir los ojos y sentir el sol en la cara.
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  • Diario El País S.L.
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  • VILLA DE LA PALMERA, un hotel barroco con mármoles, maderas y arañas de cristal
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  • 15 llaves para un despertar confortable en Sevilla
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