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  • Sancho Abarca, rey de Navarra, ordenó en el siglo X su construcción. Carlos V reforzó sus muros hasta los tres metros de espesor para resistir el asedio de las tropas francesas, acuarteladas al otro lado del Bidasoa. Con apenas cinco ventanas abiertas al exterior y todo un puzzle de galerías, troneras y pasadizos armado detrás de su severa fachada, el castillo que defiende la villa guipuzcoana de Fuenterrabía advierte ya desde lo lejos la reciedumbre arquitectónica de los enclaves fronterizos, mejor pertrechados para la guerra que para abrigar el sueño de los viajeros. Sólo una rehabilitación concienzuda, dispuesta a bruñir los elementos patrióticos desde un ángulo más doméstico, sin escatimar en gastos, podía determinar la nue-va utilidad del edificio como parador. Lo cual viene siendo una evidencia desde hace un lustro, cuando se procedió a la última y más completa renovación. Saneados sus muros y reordenados los interiores, el parador ondabitarra sugiere hoy desde una perspectiva más moderna y confortable el mismo rigor histórico que sintieron en sus venas otros huéspedes ilustres de la fortaleza, como Felipe III, Felipe IV y María Teresa de Austria. Un ambiente propicio a la contemplación, al descubrimiento de los artificios constructivos. El patio central exhibe el argumento incuestionable de la piedra a la vista en su fría desnudez, entre humedades y jardines colgantes. Un paisaje visual que arrastra a la melancolía, reforzado en el exterior por el frecuente txirimiri del Cantábrico. Mil y tantas batallas Lanzas, cañones y armaduras, el paisaje metálico de mil y tantas batallas, persisten en la memoria como ornamento emblemático del salón principal, contrapunto necesario a las lámparas de diseño y demás utilería halógena, dispuesta con intenciones de modernidad. El acondicionamiento de las habitaciones decepciona a quien llega deslumbrado por la épica decorativa que destilan las instalaciones comunes. Frente al romanticismo de unos sillares en ruinas menudean unos paramentos interiores lineales y pintados en colores terrosos, que actúan como un valium a partir de media tarde. Austero y a veces incómodo, el mobiliario basa todo su interés en la pátina artesana. Y qué decir de unas colchas y cortinas seleccionadas entre los tejidos más estridentes. Lo recomendable, en detrimento del sueño, es disfrutar de un aperitivo servido con todas las galas en el balconcito habilitado en la tercera planta, frente al estuario del Bidasoa.
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  • PARADOR DE HONDARRIBIA, hotel monumental en el estuario del Bidasoa
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  • Una gran fortaleza frente al mar
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