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VENECIA ES una de las ciudades con más encanto, merecedora de una visita. Pero no de una de esas programadas, con visita guiada y tiempo controlado para cada cosa. Viajen a Venecia por su cuenta y dedíquenle tres o cuatro días recorriéndola a su aire, sin prisa alguna. Visiten el palacio Ducal, con sus inmensos salones, asombro de los embajadores que visitaban al Gran Dux, testimonio del poderío veneciano, y también fascinación de los turistas.
Asómbrense con la basílica de San Marcos, tanto por su belleza exterior como por la interior, sobre todo cuando ésta se encuentra iluminada. Recorran sus museos e iglesias admirando las obras de Tiziano, Tiépolo y Bellini, entre muchos otros artistas.
Visiten el Ghetto Viecho y tomen algún dulce hecho bajo la supervisión de los rabinos. Paseen por el Gran Canal contemplando los edificios que se hallan a uno u otro lado. Entren en el café Florian, siéntense en una de sus salitas con decoración del siglo XIX y sorpréndanse al ver que todos toman chocolate. Cuando vean que una taza de manzanilla cuesta más de siete euros, pedirán chocolate, que es mucho más rico y barato.
Pero, sobre todo, vayan sin rumbo, métanse por cualquier calle estrecha, crucen pequeños canales y piérdanse por las calles, maravillados de no cruzarse con ningún auto, moto o bicicleta. No les importe almorzar a las cuatro o cenar a las ocho, rompiendo la vida rutinaria de España.
Y otro consejo más: reserven un euro para comprar una bolsa de maíz y ofrecerla a las palomas de la plaza de San Marcos. Entonces disfrutarán como niños viendo que treinta o cuarenta palomas se posan por todo el cuerpo, mientras treinta o cuarenta japoneses les fotografían.
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