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  • Un año más, los incondicionales de Baqueira-Beret están de buena suerte. A las excelentes condiciones que ofrece la estación invernal para el esquí se suma el atractivo de un valle como el de Arán, pródigo en recursos turísticos y monumentales, fogones de cierto renombre y un rosario de pequeños hoteles con encanto ampliado ahora con la entrada en escena del Garòs Ostau, en la aldea de su mismo nombre, a cinco kilómetros de las pistas nevadas. Aparentemente, una pensión familiar con los argumentos arquitectónicos, estilísticos y funcionales de un verdadero hotel de cuatro estrellas. En esta nueva casa se encuentra lo mejor de las tradiciones aranesas gracias a su artífice y propietaria, Alicia Milló i Portolà, descendiente en línea directa del que fuera capitán de Dragones, descubridor de California, fundador de la ciudad de San Diego y primer gobernador de San Francisco, Gaspar de Portolà, hijo de la vecina localidad de Arties. El hostal ocupa los muros de una antigua borda arrebujada, junto a la iglesia románica de Garòs. Nada puede resultar más apetecible al cabo de una dura jornada en la nieve que diluirse entre sus limpias callejas o acariciar el sonido del campanario, cuando tañen las campanas, antes de salir en busca de un restaurante con alta puntuación en guías donde cenar al calor de una chimenea. En casa de Alicia Milló i Portolà sólo cabe el desayunar, pero qué desayunos de hogaza se paladean desde primera hora de la mañana... El preciosismo del comedor invita a ver despuntar el día a través de los ventanales. Si nieva, mejor. Esquiadores procedentes en su mayoría de Madrid, Valencia, Barcelona y el País Vasco suelen compartir afición y experiencias en el salón familiar, adormecidos enseguida por el olor balsámico de la madera y la ausencia de ruidos. Sus estancias se reparten por igual en dos plantas: cuatro en la primera, cuatro en la baja; unas, con vistas al campo y las montañas; otras, orientadas hacia el empedrado urbano, por cuya mediana fluyen las escorrentías canalizadas desde los tejados de pizarra negra, típicos en todo el valle. Cada dormitorio viste distintos estampados en las tapicerías, celosamente escogidos por Alicia. Todos abrigan unos techos y paramentos de madera que insuflan calidez al supuesto rigor de las noches invernales. Si la secatura de la montaña amenaza con provocar insomnio, el mejor lugar del hostal para ver dibujada la luna y las estrellas es el patio porticado de la entrada, rebautizado sobre los restos de un antiguo corral donde cada portón, cada pilastra, cada dintel de madera, inspira un cuento infantil aún por escribir. Un cuento que podría titularse Alicia en el hostal de las maravillas, o algo así.
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  • Diario El País S.L.
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  • GARÒS OSTAU, un hotel del Pirineo leridano cerca de las pistas
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  • Una casa en el nevado valle de Arán
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