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  • Con Marruecos es reincidente. Usted dirá. Me fascina. Lo descubrí hace tan sólo dos años, y mi última visita fue la Navidad pasada en el norte, en la zona de Tánger y Larache. Creo que viajó en barco. ¿Fue una entrada triunfal? Fue maravillosa. Llegas a Tánger y te invade una sensación de retroceder en el tiempo, de llegar a otro mundo tan distinto al de la Europa uniforme y vista, y que se disfruta con los cinco sentidos. Recréese en la quíntuple descripción. La vista se fija rápidamente en los colores, en esos tonos increíbles de las chilabas, de las especias. Yo compré un saquito del añil que allí emplean para pintar las casas.El olor también es diferente, muy fuerte. Pero lo del oído es increíble. Cada dos por tres oyes las llamadas de las mezquitas a la oración. Es como si en España sonaran cada pocas horas las campanas de todas las iglesias. ¿Se mezcló con la gente de allá o iba de espectadora? Desde luego. Allí se sientan en un café contigo y te dan larga conversación. Son hospitalarios y no viven estresados. Un marroquí me dijo: 'Españoles, mucha prisa, y la prisa mata'. Y tiene toda la razón. Así que optó por aminorar velocidad. Sí, me adapté a sus pautas culturales. Creo que en cualquier viaje hay que tratar de entrar en la cultura que visitas. ¿Digamos que se puso ciega de té y se metió en un hammán? Fui a los baños donde van las mujeres dos o tres veces por semana. Allí te sientas en el suelo y recibes cubos de agua fría y caliente, en un ambiente distendido que contrasta con el que ves por la ciudad. No me diga que las mujeres se desmelenan en el baño. No, pero sí disfrutan. Y se frotan con unas piedras hasta hacerse una especie de peeling de piel. Son limpísimas. ¿Algún añadido para el anecdotario? Que viajé con mi enorme perro de lanas y notaba que todo el mundo sentía miedo. En Tánger no se ven casi perros, y además tocarlos se considera un acto impuro. Una mujer pensó que mi perro era una oveja y le dio hierba para comer.
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  • Té sin prisas en Tánger
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