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  • Mejor situado, imposible. En pleno Triangle d'Or, a un paso del Liceo, el mercado de la Boquería y el Museo de Arte Contemporáneo, este nuevo emprendimiento hotelero acapara la atención de Barcelona gracias a su doble pedigrí. Uno, el que le confiere la calle en la que se encuentra, a un paso de la sede de toda la vida del diario La Vanguardia. Y otro, el del clasicismo formal de su alzado, arquetipo de los edificios residenciales que fueron surgiendo en los alrededores de la plaza de Catalunya durante las décadas iniciales del siglo XX. No en vano lo acuna una de las familias con mayor solvencia y prestigio en la ciudad, los Soldevila, propietarios del emblemático hotel Majestic, en el passeig de Gràcia. Como hermano menor, el Inglaterra alberga nada más que 55 habitaciones, alineadas la ma-yoría a través de unos delicados balcones de forja en el lienzo noble de su fachada principal. Poco prolijo en instalaciones comunes, el establecimiento apenas ofrece un mostrador de recepción en la planta baja, la cafetería y un salón hermético a las visitas en el sótano del edificio. Argumentos más que razonables para un magnífico bed & breakfast, pero insuficientes ante lo que se presenta como un hotel de tres estrellas moderno y señorial. La acogida es burocrática en los trámites e indolente. Ni el volumen del equipaje desparramado por el vestíbulo parece inmutar a nadie, torpe preámbulo de un viaje en ascensor -pequeño y algo claustrofóbico- hacia el dormitorio, resuelto con la simpleza ya habitual del minimalismo japonés y un presupuesto visiblemente ajustado. El valor del metro cuadrado de la zona justificaría, aparentemente, el indigesto ascendente de la tarifa oficial, corregido en temporada baja y en los momentos de menos ocupación, cuando los precios son más asequibles. Aspecto nuevo Minimalista es la decoración de las habitaciones, y mínimo también el espacio que queda en ellas para respirar. Un resquicio delimitado por la mesa de trabajo, el televisor interactivo, el portaequipajes y las camas, respaldadas por unos cabeceros de madera con adornos obvios de caligrafía japonesa. Su lograda insonorización, las paredes, el mobiliario, la lencería... todo presenta un aspecto nuevo, impecable, salvo la moqueta del suelo, testigo de mil y una pisadas. Como una patena, igualmente, aparecen los cuartos de baño, empelechados de gris e instruidos de cromados laminares, garantía de una depurada y pertinaz higiene. Tan minúsculos que su utilización sólo se concibe en singular. A excepción de la ducha, instalada en una caseta generosa en volumen, caudal de agua, inmediatez en su respuesta y eficacia en el desagüe. El hotel recibe la llegada de los días cálidos con la apertura de un solárium en la azotea -planta 6-, cuajado de plantas, mesitas, tumbonas y sombrillas de buena presencia. Es un motivo, además, para sobrevolar con la mirada y el ensimismamiento los tejados modernistas de la ciudad.
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  • HOTEL INGLATERRA, un tres estrellas en pleno triángulo de oro de Barcelona
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  • Clásico por fuera, minimalista por dentro
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