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  • NUESTRO VIAJE a Praga comenzó varios meses antes, con la organización del paso del ecuador de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid. El itinerario incluía también Budapest y Viena, pero Praga resultó ser nuestra preferida. Aunque hemos conocido la Praga invernal, es como si un retazo del sueño que fue el Imperio Austrohúngaro se hubiera hecho realidad entre nosotras durante unos días. La Praga que hemos vivido ya no es la ciudad nostálgica y triste que nos contaron los poetas de los años cincuenta, ni las agujas de las torres de Nuestra Señora de Týn son negras. Ahora titilan resplandecientes, esbeltas. La Praga actual, remozada, ha recuperado los temblorosos dorados de los palacios a la luz gris del atardecer, su castillo en la parte más alta de la ciudad balanceándose sobre una radiografía de ateridos castaños, sus calles resplandecientes a la luz de la luna y sus paseos recorridos por bravos tilos, brillantes abetos y turgentes acebos, que confieren a la ciudad una fragante pureza. Iniciábamos diariamente los itinerarios sugeridos por las guías, pero enseguida descubrimos que lo más emocionante era perderse y descubrir calles formadas por hileras de casas todas iguales y todas diferentes, como pasteles de fresa, nata, crema o caramelo... Algunos días, la niebla difuminaba los perfiles y un cielo gris plomizo dominaba en el fondo de las fotos, pero los bronces refulgían como el oro y los tejados fabricaban dibujos geométricos con azulejos multicolores. El viento nos cortó como un cuchillo en la calle Zelezná, donde vivió Kafka; ya no existe en los bajos de su casa la tienda de tejidos de su padre, pero aún pueden rastrearse las imágenes de sus delirantes historias en las inverosímiles viviendas liliputienses del callejón del Oro, en el cementerio judío y en el Unicornio Dorado. Cuando cruzamos por primera vez el puente de Carlos, las estatuas que lo adornan se nos antojaron extrañas aves venidas de lejanas canteras, vigilando, posadas, el paso de las aguas del Moldava desde hace mil años. .
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  • La fragancia de los tilos en Praga
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