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  • Un torrente de luz para el más clásico y lujoso de los hoteles zaragozanos, resurgido del túnel en que se hallaba gracias a una inversión multimillonaria por parte de su propietario. Átomos halógenos desprendidos de las cuadrículas que moldean sus paramentos de ladrillo. Sin duda, una excelente razón para volver a frecuentar, en viaje de negocios o en visita cultural, esta monumentalísima ciudad. Haces tubulares enfocados sobre mil y un objetos, al fondo de tantas y tantas hornacinas, en ciento y un recovecos. Pues lejos de padecer el abigarramiento decorativo habitual en los grandes hoteles de época, aquí se respira una atmósfera de refinado despojamiento sin exclusión de los cánones del mudéjar aragonés. Tráfico organizado de fotones, energía esencial para la vida y el acomodado solaz. Nada disuena de su próximo, en equilibrio matemático con el universo de salones, espacios lúdicos y servicios funcionales que plantea la razón arquitectónica del hotel. Talento acumulado por Pascua Ortega en lo que podría ser considerado como su ejercicio de estilismo más maduro y contemporáneo. Iluminación efectista en el vestíbulo y la cafetería, en el auditorio para congresos, en el atrio que da prestancia al restaurante Aragonia -un nombre asimismo inventado por Ortega-, a cargo del grupo catalán Paradís. Mil referencias distintas completan su vinoteca, en la entrada al comedor, cada una de un apellido relevante. Que por apelativos el centro de negocios no tiene igual: Compañía Real de Zaragoza. Obras de Lucio Muñoz Brillo de estrellas en el salón japonés, un ambiente de expresión zen para reunirse con el debido respeto, en respetuoso silencio. Gustavo Torner, Lucio Muñoz, Natalio Bayo y otros pintores de renombre estampan su firma en los espacios comunes. Imbuida de historia, la planta baja del hotel evoca en jarras del salón Victoria las antiguas puertas de acceso a la ciudad: del Ángel, Santa Engracia, Cinegia, Quemada, San Ildefonso, Baltax y Portillo. Encendida es también la atención dispensada al huésped por los empleados de la casa, aunque su número diste un poco de lo exigible en un cinco estrellas. El único reparo a la remodelación surge una vez franqueado el umbral luminiscente de los ascensores, en la economía exhibida por sus 174 habitaciones, de dimensiones algo precarias -salvo en el caso de las suites- y detalles inconvenientes, como el revestimiento de melamina que exteriorizan los armarios empotrados. La pasamanería tampoco es un dechado de arte, y los cortinajes resultan menos estilosos de lo que se presume después de pasear por el resto del hotel. Ni siquiera las vistas aconsejan despejar las ventanas. Respecto a los cuartos de baño, no existen muchos motivos para fantasear: son limpios y punto. Al menos, la insonorización es razonable y los suelos enmoquetados resisten por ahora todas las pisadas y trotes. Se ve claro que en ellas ha faltado la chispa de Pascua Ortega.
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  • Diario El País S.L.
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  • HOTEL PALAFOX, un establecimiento zaragozano redecorado por Pascua Ortega
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  • Iluminación con carácter para realzar espacios
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