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  • Un millón quinientas mil toneladas de escombros han sido retirados de la zona cero, en Nueva York. La limpieza llega a su fin. Mil quinientos trabajadores se han empleado durante tres millones de horas, día y noche, en despejar el solar donde se levantaba el World Trade Center. Ahora, una multitud de visitantes rodea las calles adyacentes. Piden una entrada en South Street Seaport y suben a las plataformas habilitadas para contemplar un escenario intensificado por la luz blanca que llega del río Hudson. Sacan fotografías. Su ritmo es contenido, el mismo que se percibe en la ciudad. Pero esa misma concentración de gente en pantalón corto, cámara al hombro y gafas de sol transmite la mejor señal: el resurgir de Nueva York, el regreso de los visitantes en busca de 'las vibraciones de grandes momentos y hechos elevados', tal como escribió el periodista E. B. White. En los mostradores de las librerías destaca estos días el pequeño volumen que recoge el artículo premonitorio Aquí Nueva York, que White publicó en 1948. 'La ciudad, por primera vez en su larga historia, es destructible. Un simple vuelo de aviones no más grandes que una bandada de gansos puede terminar rápidamente con esta fantasía en forma de isla, quemar las torres, destruir los puentes (...). Los vislumbres de mortalidad son ahora parte de Nueva York: en los sonidos de los jets sobre las cabezas, en los negros titulares de la última edición'. Siete meses y medio después del ataque suicida que destruyó las torres gemelas, los barrios, las tiendas, los mercadillos, los parques, los restaurantes, recuperan poco a poco la banda sonora original: todas las razas en la isla de Manhattan con un fondo de música callejera. Una exposición en el Museo de Arte Moderno reúne las tomas dedicadas por los grandes fotógrafos del siglo XX a La ciudad de la ambición, título de una imagen de Alfred Stieglitz. De Walker Evans a Cartier Bresson, Paul Strand o Cindy Sherman, los fotógrafos encuentran en Nueva York un plató con infinitas posibilidades; sucumben ante la energía, el lirismo y la ferocidad de la ciudad más coreográfica que pudieran imaginar. 1 TIMES SQUARE Pocos momentos más emocionantes de Nueva York que la salida del público de los teatros, de noche, en las calles que confluyen en Times Square. Después del 11 de septiembre, y con el descenso de turistas, encontrar entradas para los espectáculos más llamativos empezó a parecer posible y, curiosamente, ésta ha sido una de las mejores temporadas teatrales gracias a los habitantes de la periferia y de otras ciudades (los restaurantes no han sufrido tanto como se esperaba porque el invierno fue suave y sacó a los neoyorquinos de sus casas, y también por la bajada de precios en un buen número de establecimientos). Ahora, lentamente, el fragor de Times Square vuelve a ser incansable, y en ello se percibe, al igual que en el aumento de visitantes a los museos, la recuperación de la ciudad para el turismo. El nombre de la plaza de los anuncios luminosos perderá parte de su sentido en 2005. Denominada Times Square por la proximidad del diario The New York Times, en el 229 hacia el oeste de la Calle 43, el periódico dejará su viejo edificio y se trasladará, dentro de tres años, a la Octava Avenida, frente a la terminal de autobuses. Un rascacielos albergará la nueva Redacción. Proyectado por el italiano Renzo Piano, destaca por su ligereza y transparencia, tendrá 52 pisos y 348 metros de altura, 30 más que el edificio Chrysler. La idea arquitectónica de Piano ha sido puesta en solfa por colegas suyos, como el estadounidense Peter Eisenman. El crítico de arquitectura del diario, Herbert Muschamp, salió en defensa del italiano dando cuenta de las 'reacciones xenófobas' que el proyecto de Piano ha levantado también en diferentes firmas locales. 2 UN MERCADILLO Los sábados y domingos por la mañana, hay pocas cosas mejores en Nueva York que acudir a dos de los aparcamientos al aire libre situados entre las Calles 24 y 25 y la Sexta Avenida -más un garaje de dos plantas en la Calle 25, semiesquina con la Sexta Avenida-. Estos espacios se convierten en improvisados mercadillos ideales para dejarse envolver por el buen humor y la vitalidad de los neoyorquinos (una vitalidad muy relajada, es fin de semana y llega el buen tiempo). Decenas de puestos transforman la calle en un zoco gigante con muebles, lámparas, láminas, libros, discos y los más variados objetos de decoración representativos de la artesanía, el folclor y el diseño de Estados Unidos. Se encuentran objetos a partir de tres dólares. Si el precio sube, el comprador ha de emplear la siguiente frase: What's your best price? (¿Cuál es su mejor precio?), y el vendedor le rebajará unos cuantos dólares. Para las oportunidades y los objetos más bonitos, mejor madrugar, con la mercancía recién expuesta. 3 LOWER EAST SIDE Los bohemios de Manhattan cruzaron el río huyendo hacia Brooklyn, principalmente hacia la zona de Williamsburg, a causa de la desproporcionada subida de los alquileres en la isla. Ahora, Manhattan contraataca, 'cansada de estar a la sombra del mundo feliz al otro lado del puente', según un titular de la revista Time Out New York. Y la zona de moda es el Lower East Side, donde surgen restaurantes, bares y tiendas en un estallido de creatividad. Sólo en los últimos meses se han abierto cinco galerías de arte (Pierogi, Rivington Arms, Maccarone Inc, Babyak Art y Zito Studio Gallery). 4 EL ZOO DEL BRONX A los leopardos de la nieve les encanta el perfume Obsession, de Calvin Klein. Los olores -a sangre, a tierra, a aceites- forman parte de los denominados 'programas de enriquecimiento' para los animales del Zoo del Bronx de Nueva York. Estas iniciativas pretenden que no se aburran tanto en sus jaulas y recintos vallados. Algunos andan ajustados de espacio, los menos, pues lo que más llama la atención de este zoológico son las grandes praderas boscosas habilitadas para sus inquilinos. El recorrido se convierte así en un largo y agradable paseo que sirve como desahogo al empacho de hormigón de Manhattan. Los tigres presionan con sus garras la palanca que les permite una ducha relajante; los delfines obtienen de su teclado subacuático diferentes aperitivos o juguetes dependiendo del pulsador que presionen, y los buitres, para que se entretengan abriendo su comida, reciben las ratas muertas envueltas en papel de estraza. En un zoológico que se caracteriza por su didactismo y el sentido del humor con que se trata de concienciar al visitante en la defensa del medio ambiente, el veterinario y cuidador Don Moore se hacía las siguientes reflexiones en The New York Times: '¿Cómo podemos darles a los animales control sobre sus vidas, la oportunidad de hacer sus propias elecciones, de enfrentarse a sus retos, de resolver problemas y usar sus cerebros, de desarrollar la confianza y las buenas relaciones con sus cuidadores?'. 5 EL PUENTE DE BROOKLYN El crítico de arte Robert Hughes escribe en Visiones de América que el puente de Brooklyn (1883) fue para los americanos lo que la torre Eiffel, construida seis años más tarde, sería para Francia: 'Pero en horizontal, no en vertical, y útil, no ornamental'. El puente predecía la ciudad verticalizada, y desde su tramo central de 486 metros -que funde magistralmente la solidez de los contrafuertes de piedra con la flexibilidad lírica de los cables de acero de la catenaria- se obtiene una de las mejores perspectivas del sur de la ciudad -las Torres Gemelas se habían convertido en su correlato vertical del siglo XX-. Recorrer el pasillo de madera para los peatones sigue siendo uno de los itinerarios fundamentales de Manhattan. Como escribió Paul Morand: 'Se necesitan varios meses para comprender la grandeza diluida de humedad de Londres; se necesitan varias semanas para experimentar el encanto seco de París, pero basta con situarse a la hora del crepúsculo en el centro del puente de Brooklyn para, en 15 segundos, haber comprendido Nueva York'. John Roebling y su hijo Washington Roebling quisieron construir el puente más hermoso del mundo y lo consiguieron, escribe Hughes. 'En su pensamiento no había la menor contradicción ni conflicto entre la gran obra de ingeniería y el gran arte'. 6 CENTRAL PARK Los árboles están brotados y los narcisos crecen en las zonas de sombra. En el Bow Bridge de Central Park, los turistas románticos que cruzan el lago se detienen en el centro del puente para besarse y contemplar los edificios que se recortan como fondo en el barrio del Upper West Side, entre ellos el Dakota, donde vivía John Lennon. Al mirar al lago se sorprenden de pronto con los borbotones de agua que surgen del fondo y se suceden armónicamente. También aparecen ondas sincronizadas. No muy lejos, un árbol de acero de gran tamaño crece entre los de verdad. Se trata de dos de las instalaciones al aire libre de la bienal de arte americano del Museo Whitney. 7 MUSEO WHITNEY Hasta el 26 de mayo, la cita artística más discutida y provocadora de Nueva York se encuentra en el Museo Whitney y sus sugestivos espacios arquitectónicos. Las cuatro plantas del edificio acogen obras de un centenar de artistas americanos contemporáneos buscadores de fórmulas cada vez más urgentes, despreocupadas o desesperadas de estímulo visual o sonoro. La bienal ha generado un intenso debate acerca de la función de los museos y el peligro de que se conviertan 'en otra breve distracción en el paisaje urbano general', según lo expresa la crítica de arte Roberta Smith. También sobre los retos a los que los artistas siguen enfrentándose, por mucha variedad de medios que tengan a su alcance, para crear eso tan sencillo y difícil de conseguir: algo 'nuevo, extraño o maravilloso' que logre 'expandir nuestro entendimiento'. Con todo su desequilibrio, la bienal ofrece emociones y atractivos considerables. Uno de ellos, la instalación de sonido Las grabaciones del World Trade Center: vientos después del huracán 'Floyd'. En el verano de 1999, Stephen Vitiello grabó desde el piso 91 de la Torre Gemela 1 los sonidos del aire en el exterior. Un día después del huracán, grabó los sonidos del propio edificio desde dentro: la torre oscila, cruje, se lamenta. 8 SOHO-PRADA Desde Navidad, los amantes del Soho tienen su esquina: Broadway con Spring. La nueva tienda de Prada. Playeras a 454 euros y bolsos a 1.136. Sin visa de platino, recorrido por la tienda, vuelta a la calle y, unas manzanas más abajo, en Canal Street, falsificaciones a partir de 11 euros. La tienda llena una manzana entera en un gran espacio diáfano anteriormente ocupado por el Guggenheim Soho. La firma italiana dirigida por Miuccia Prada ha invertido la friolera de 45 millones de euros en un himno al espectáculo comercial, la tecnología y lo que los críticos denominan como 'formaciones líquidas' en la arquitectura y el diseño contemporáneos. El holandés Rem Koolhaas es el sagaz y penetrante autor del proyecto. Los dos pisos están unidos por un ascensor circular transparente que muestra productos de Prada en su interior y por una gigantesca ola de madera escalonada. Durante el día, los escalones de esa ola muestran zapatos y bolsos; durante la tarde o la noche, se convierten en asientos para proyecciones y representaciones. Pantallas de vídeo -con imágenes de Antonioni o de desfiles- cuelgan de las perchas junto a los vestidos, y las pantallas también persiguen a los usuarios en los probadores -donde un toque con la mano convierte en opaca la puerta de cristal o crea un espejo para verse por la espalda-. Prada ha contratado a otro grupo estrella de la arquitectura, los suizos Herzog y De Meuron, para que proyecte sus oficinas neoyorquinas. 9 UNA COMIDA EXÓTICA La enorme variedad gastronómica de Nueva York va de la cocina tibetana de Tsampa al vegetariano de moda (Angelica's Kitchen) o al macrobiótico de referencia (Souen). Disfrutar de esa diversidad no tiene por qué tener como contrapartida unos precios exorbitantes: en la Calle Seis con la Primera Avenida, en el East Village, se suceden los restaurantes indios a bajo precio. Para locales más selectos, mejor consultar la siguiente dirección: www.zagat.com. Lo mejor, acudir a la lista de los 50 locales de moda. Una recomendación barata: el bistró francés Tartine, en el Village. Y otra cara: el japonés Nobu, en el área de TriBeCa. 10 CENTURY 21 En las imágenes televisadas tras el derribo de las Torres Gemelas -un libro con las crudas instantáneas de los fotógrafos de la agencia Magnum figura estos días en las librerías neoyorquinas- aparecía cubierto de polvo el edificio de los grandes almacenes Century 21. Muchos pensaron que ese paraíso de la ropa de marca a bajo precio habría sido destruido. Pero no. Ahí sigue abierto, en el 22 de Cortlandt Street, a unos pasos de la zona cero. Las prendas de temporadas pasadas de firmas como Gaultier, Donna Karan o Calvin Klein se suceden en los mostradores. No hay probadores y la gente compra a ojo o se pone la ropa en los pasillos. Luego, bolsa en mano, los clientes se pierden entre la multitud de visitantes a la zona cero.
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