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  • Catherine Deneuve se consumía de celos mientras Vincent Pérez, su joven amante, huía con su hija adoptiva Camille en un junco vietnamita. Y nosotros, los pobres y mortales espectadores, hundidos en la butaca del cine, conteníamos la emoción no tanto por aquella historia de amor imposible que narraba Indochina, sino por el irreal decorado que la envolvía. El junco de velas negras se deslizaba por un laberinto acuático de pináculos de piedra oscura forrados de vegetación tropical. Miles de islotes puntiagudos diseminados como meteoritos fantasmales que parecían flotar suspendidos en el espejo de jade transparente del mar de China. Y hete aquí que aquel paisaje fascinante, aquel decorado que los pobres mortales asiduos a la evasión de la gran pantalla creíamos salido de algún efecto de ordenador dada la imposibilidad de que la naturaleza creara tanta belleza, existe. Y tiene un nombre: bahía de Halong, un milagro geológico en la costa norte vietnamita. Viene a la memoria el filme de Régis Wargnier ambientado en la Indochina colonial francesa de los años treinta, o las novelas de Margerite Durás, mientras se navega en un barco de madera por las aguas silenciosas de Halong. Cientos de cuevas similares y otros cientos de calas parecidas a las que aparecen en la película se suceden en este laberinto de 1.500 kilómetros cuadrados de extensión y unas 3.000 islas calcáreas de todas formas y tamaños que se extiende por el golfo de Tonquín, desde el delta del río Rojo hasta la frontera con China. Qué mejor escenario que éste en el que un rey vietnamita de nombre Le Thanh Tong se inspiró para componer un poema épico en el que comparaba la bahía con un inmenso tablero de ajedrez. O donde la imaginación del pueblo ha dado pie a la leyenda de un dragón gigantesco responsable de este caos terrenal de islotes y puntas rocosas creado para proteger a los habitantes del golfo de invasiones extranjeras. Un dragón llamado Taresque que duerme en el fondo de la bahía con una cola enorme llena de puntas que serían la islas que ahora el barco sortea con delicadeza, sin dejar tras de sí más que una suave estela blanquecina, como temiendo espantar el embrujo que envuelve sus sombras. Taresque no sólo habita en las profundidades de la bahía, sino que está también muy enraizado en la creencia de los pescadores de Halong, pues, como ocurre con las meigas gallegas o con Nessie, el pariente escocés de Taresque, todos saben que el dragón no existe, pero haberlo, haylo. No en vano Halong significa 'el dragón que descendió hasta el agua'. Los pescadores de perlas Si todos los vietnamitas viven con un palmo de agua entre sus pies, los habitantes de esta bahía de los prodigios viven, literalmente, en el agua. Concretamente, en unas casas flotantes suspendidas sobre bidones de plástico que ellos mismos trasladan a motor o a remos en busca de buenos lugares para la pesca o el cultivo de perlas, la segunda gran fuente de riqueza de Halong. A veces se cruza con los turistas una de estas casas en movimiento: una vivienda con su tejado a dos aguas, su porche, su chimenea, sus macetas en la ventana y su perro atado en la cancela navegando por el mar de China camino de ninguna parte. También se ven muchos sampanes donde viven familias enteras y pequeñas barquitas con forma de cáscara de nuez fabricadas con un enramado de caña de junco calafateado con brea y provistas de dos rudimentarios remos. En la costa vietnamita, estas pequeñas cestas de junco y brea constituyen la embarcación más popular -por sencilla y barata- y el único medio de subsistencia de familias enteras de pescadores que faenan todo la jornada a cambio de unas magras capturas de pececillos verdosos que boquean en el fondo embetunado de unos cascarones extremadamente frágiles. Cuando al atardecer el barco entra en la amplia bahía de Cat Ba, la mayor de las islas de Halong, declarada parque nacional, tiene que reducir la velocidad para sortear un enjambre de casas flotantes y juncos que interpretan la coreografía social diaria de un pueblo que vive sobre el agua. Mercados acuáticos, quioscos de comida, barcos-taxi... en Halong todo se hace a bordo. Muchas de estas gentes pasan semanas sin pisar tierra firme, y sólo ahora, con la apertura del país al turismo, han empezado a crecer verdaderos pueblos sobre tierra, como el propio Cat Ba, Viet Hai o Phu Long, atestados de hoteles y restaurantes sin gusto. A la vista de los desaguisados urbanísticos que se están cometiendo en Cat Ba, tan comunes por cierto en las costas de todo el mundo, se plantea una pregunta: ¿por qué el ser humano no aprende en cabeza ajena? Perros contra conejos Si antes nos extrañó ver un perro viviendo en una de las casas flotantes durante la travesía, al llegar Cat Ba observamos que todas tienen al menos una pareja de canes jugueteando sobre la plataforma de madera que las sustenta. 'No es por compañía ni protección. Es para comérselos', dice Lan, una vietnamita que nos acompaña. Y explica que mantener un par de perros en una vivienda flotante en medio del mar es más sencillo y limpio que tener un par de cerdos o un corral de gallinas. Y la carne de perro es apreciada en la gastronomía vietnamita. Al fin y al cabo, ellos se horrorizan de que nosotros nos comamos los conejos. Es de noche y tras la cena nos sentamos en la orilla de la playa. Al poco, un joven vietnamita nos pide permiso para sentarse a nuestro lado. Se llama Nguyen Sum y es estudiante. Trabaja en el restaurante para financiarse sus estudios. Habla algo de inglés, y, en vez de pedirnos la dirección para cartearse, como suele ocurrir con los adolescentes cuando se viaja por Asia o África, nos pide el e-mail. 'Hay un cibercafé en mi aldea', dice. Decididamente, las cosas están cambiando muy rápidamente en Vietnam. Ojalá que al menos Taresque, el dragón de las profundidades, siga dormido otros dos mil años y este paisaje irreal de Halong logre permanecer.
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  • La película 'Indochina' desveló el secreto de la bahía vietnamita de Halong
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  • Miles de islotes sobre el lomo de un dragón
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