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  • Encontrar este hotel en el cada vez más saturado polígono vacacional de Playa Blanca, en el sur de Lanzarote, supone un duro ejercicio de escrutinio cartográfico. Hay que desentrañar para ello el jeroglífico de bloques a medio construir, calles incomprensiblemente estrechas y avenidas que no conducen a ninguna parte, salvo al entendimiento de que la expansión urbanística sigue en esta parte de la isla desaforada y peor organizada. En el rubicón de la búsqueda, El Dorado aparece con la megalomanía de un complejo vacacional tipo resort americano, formado por varios edificios encastrados que suman un total de 584 habitaciones, una docena de piscinas, cuatro restaurantes, varios bares, comercios, centros de actividades y un sinfín de pasadizos, recovecos, escaleras, galerías y más recovecos por los cuales no se puede circular sin un plano. Exuberantes bufés Apabulla veranear entre cientos o miles de personas unidas por el deseo de solazarse sobre las hamacas o atiborrarse de comida en los exuberantes bufés. Que no falte de nada es aquí lo fundamental, mientras el precio obtenido a través de agencia justifique unos mínimos de calidad. La proximidad del mar, el aire cálido del Sáhara, los chorritos de agua, las palmeras y los parterres ordenados de arriates multicolores perdonan cualquier carencia del servicio o muestra de abandono en unas instalaciones supuestamente recientes. Frente al mostrador de recepción se producen unas colas insufribles, bien para abonar la factura de los extras, bien para reclamar alguna deficiencia de la habitación. En el salón de billar se echan en faltan las tizas y algún que otro taco sin despuntar. A tanta distancia se hallan ciertas habitaciones del centro logístico del hotel que el transporte del equipaje exige una flota siempre a punto de cochecitos eléctricos, como los que prestan servicio en los campos de golf. Una vez instalados cabe asegurar que el viaje ha merecido la pena, dada su amplitud y confortabilidad, no exentas de cierto gusto en la definición del mobiliario -agradable a la vista, aunque basto en su fabricación-. La propuesta decorativa se sustenta en la sencillez y, sobre todo, en la resistencia de los materiales al batallar diario de las familias con niños que componen la clientela natural del hotel fuera de los meses de invierno. No hay lujos, pero tampoco trampa y cartón. Eso sí, por mínimo que sea, cada consumo se ve reflejado en la cuenta diaria del huésped adherida a la puerta de su habitación. La excelente relación calidad/precio de estas instalaciones explica la necesidad de reservar con cierta antelación en temporada alta.
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  • Diario El País S.L.
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  • RUBICÓN PALACE, una oferta a buen precio en Lanzarote
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  • Amplitud americana
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