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  • En los altos de Getaria, más precisamente en el barrio de San Prudencio, esconde su rudeza de piedra y tejas un caserío de 1860 que tuvo utilidad como predio de labranza y fábrica de embutidos, preámbulo accidental del hotel que es hoy. Una propiedad aristocrática alrededor de la cual se extienden ocho hectáreas de bosques, prados y manantiales con sugerentes vistas sobre el mar Cantábrico. Dar con ella supone poner a prueba el sentido de la orientación, pues ningún indicador advierte de la existencia del hospedaje, ni siquiera en la propia entrada. Adolfo Pérez Beraetxe, el dueño, sale al encuentro del viajero para evitarle la molestia de irse por otros andurriales. Ya desde el jardín, no muy grande, pero aterciopelado de césped, con una piscina disimulada entre los árboles y una buganvilla trepadora por la fachada, se vislumbra la importancia dada a las labores de reconstrucción, casi tanto como al refinamiento de las instalaciones y al exquisito porte del servicio. La planta baja es una sucesión de salones en los que caben una mesa de billar, un viejo piano Pleyel y una nutrida biblioteca donde estar, leer o charlar. Aquí la prosapia se pone de manifiesto leyendo el listín telefónico de la casa. 'Biblioteca: 223. Guardeses: 226. Perros: 232. Zaguán: 234'. No faltan otras lecturas donde la exquisitez es norma. Borlas en los pomos de las puertas y los armarios. Frutas delicadas. Flores secas. Suelos crujientes según una intensidad prevista que evoquen otros tiempos sin molestar a la clientela. Tantos son los detalles, que no se acaban de descubrir en una estancia corta. Cada habitación presenta un cuadro decorativo diferente, mimado hasta la última pincelada con una rusticidad cálida y elegante. Sillas y sillones de estilo imperio. Óleos y alfombras de siglos pasados. Armarios con entorchados en las llaves. Un escritorio de madera fina y un galán de noche forrado de terciopelo. Camas con dosel, igual que los cortinajes. Sábanas de hilo, toallas de algodón grueso, papeleras y salvamanteles de cestería indonesia. Y, por supuesto, el cuarto de baño, perfumado como las casas patricias de antaño, con adminículos de la marca Hermès, de París. Las vistas desde los balcones alcanzan al mar. Qué, el mar... Toda la costa vasca hasta San Juan de Luz. El único pero salta a la hora de la cena, imposible en las estancias del hotel, aunque el propietario recomienda bajarse en coche hasta el restaurante El Astillero, frente a los muelles de Getaria. Demasiada molestia para lo que cuesta una noche en el caserío.
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  • Diario El País S.L.
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  • CASERÍO PIKAMENDI, vistas de la costa de Guipúzcoa desde el barrio de San Prudencio
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  • Un exquisito hotel de aires rústicos en Getaria
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