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  • ENCIENDO UNA barrita del incienso que compré en una tienda de artículos religiosos al lado de la iglesia de Nuestro Señor de Bonfim, patrón de la ciudad; la tienda se llamaba Saravá, una palabra del candombe (sincretismo afrocristiano) que expresa buenos deseos. Enseguida el olor aviva el recuerdo; mi amigo Nagle, extranjero allí como yo, y en cuyo apartamento del tranquilo barrio de Porto da Barra me alojé durante dos semanas, tenía perfumada su casa con esta esencia espiritual. Salvador satura y deleita los sentidos del frío europeo. Sabe picante como el acarajé, un bolo de pasta de judías frito en aceite de palma y relleno con camarones que señoras negras vestidas de blanco inmaculado venden en puestos callejeros; o denso y dulce, como los riquísimos y variados zumos de frutas: el de manga, mi preferido. También empapa de sudor: se tarda algunos días en acostumbrarse al caluroso y húmedo clima tropical; yo finalmente decidí despojarme de la parte de arriba como muchos hombres hacen allí, andar por la calle o viajar en los autobuses con la camiseta colgada al hombro. Rescato el roce de mi cuerpo con el de los demás, pieles abigarradas, olores corporales, fuertes, sensuales; la ciudad, cociendo. Más tarde, ya anochecido, es sugerible el remojo, bajar a la playa a esas horas menos concurridas. Y después, de marcha y caipirinhas al Pelourinho, el barrio más histórico y turístico, calles empedradas y arquitectura colonial con fachadas pintadas en colores vivos. Algo lejos del centro está el distrito de Itapuã, a cuya playa cantaba Vinicius de Moraes mientras bebía un agua de coco; por cierto, por poco menos de un euro te colocan en la mano un pesado y orondo coco helado agujereado para que puedas sorber su agua con una pajita. Otra opción: a una hora en tedioso transporte urbano, pero ya más cerca del paraíso, está Arembepe: arena blanca, palmeras y el recuerdo sesentero de Janis Joplin y la aldea hippy que aún pervive, y en la que se puede comprar pan relleno de mermelada de guayaba recién horneado. Si se está dispuesto a seguir la costa del Estado de Bahía hacia el norte, merece la pena sorprenderse con las enormes tortugas de mar de Praia do Forte, y ya en un esfuerzo más de aventurarse por las carreteras y caminos brasileños (es una verdadera aventura sobre todo si diluvia), llegar hasta las míticas dunas de Mangue Seco; esto especialmente para devotos de la literatura de Jorge Amado o también para los que nunca hayan visto delfines de agua dulce. Volaba yo de vuelta a España quizá empezando a comprender lo que en portugués llaman saudade. Salvador de Bahía me besó en la boca y me dejó las ganas de volver cuanto antes y poder continuar algo que no había hecho más que empezar.
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  • Diario El País S.L.
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  • 'Caipirinha' en el trópico de Salvador de Bahía
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