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  • Cuando llueve, una gota va al río Amazonas y otra gota al río de La Plata, dicen en Sucre, una ciudad enclavada a 2.790 metros sobre el nivel del mar, en uno de los bellos valles que sirven de descanso en las difíciles alturas andinas. Parte de la población de la zona vive en torno a los 4.000 metros, hay poco oxígeno y la vida se vuelve difícil. Altísimos cerros, precipicios, llanuras de arbustos, apacibles valles con fértiles huertos, quebradas, casitas de adobe que pasan inadvertidas, los colores vivos y relucientes de las vestimentas resaltan en el paisaje y contagian las ganas de vivir de esta gente. A las afueras de la ciudad, junto a una fábrica de cemento, hay más de 5.000 pisadas de dinosaurios, huellas fosilizadas de 290 animales diferentes. La capital histórica de Bolivia ha tenido cuatro nombres oficiales: Charcas, La Plata, Chuquisaca y Sucre. Los incas incorporaron esta zona dentro de la gran región del Collasuyo y construyeron fortalezas para frenar las incursiones de los guerreros guaraníes. Los españoles, para abastecer a la próspera Potosí, fundan la ciudad de La Plata en 1538. Urbanizaron siguiendo el modo colonial, con una salvedad: conceden solares a la nobleza indígena y comienza un nuevo mestizaje. A partir de 1776, los criollos, influenciados con lo que pasaba en EE UU, llamaron a la ciudad Chuquisaca hasta la independencia de España en 1825, cuando se convierte en capital constitucional de la República de Bolivia y toma su nombre actual en memoria del mariscal Antonio José de Sucre, héroe de la independencia. Hoy, la ciudad, con unos 150.000 habitantes y sede de la Corte Suprema de Justicia, comparte la capitalidad con La Paz, donde se encuentra el Gobierno y el Parlamento. Sucre mantiene también el carácter tranquilo de ciudad pequeña y soleada. El bullicio y el jolgorio lo protagonizan los estudiantes, que representan el 60% de la población gracias a las cuatro universidades y las escuelas. Es muy cómodo recorrer el centro caminando. Calles rectas con casas blanquísimas abiertas a amplios patios interiores llenos de flores. Y 36 iglesias coloniales. Merece la pena pararse en La Recoleta por su mirador sobre la ciudad y la sillería en el coro franciscano. En la plaza del Veinticinco de Mayo se encuentra la catedral, el Palacio de Gobierno, la alcaldía, la Casa de la Libertad, varios hoteles, cafeterías y tiendas. En el centro de la plaza, una grandiosa escultura a Sucre sirve de banco comunal: siempre hay alguien sentado en sus escalones. Los frondosos árboles de un jardín muy cuidado dan sombra a los que aquí se reúnen. Cuando está más animada la plaza es al atardecer. Domingo de mercado Saliendo de la ciudad entre los cerros gemelos Sica-Sica y Churuquella, a 60 kilómetros se encuentra Tarabuco, pueblo indígena famoso por su mercado textil de los domingos y por la fiesta del Pujllay. Para los pueblos precolombinos, los textiles eran mucho más valorados que el oro o la plata. Durante la conquista miraban con asombro y alivio cómo los españoles no mostraban ningún interés y tiraban sus preciadas telas. Ellos se apresuraban a guardarlas como un tesoro. Los diseños en las telas de los tarabucos son centrados y simétricos. Dividen la pieza en bandas horizontales, donde representan personas, animales, fiestas, bailes, las labores agrícolas, bodas, incluso la muerte en pequeñas figuras sobre el fondo blanco. Las lanas suelen ser de llama, alpaca, oveja y algodón. El colorido de estas piezas se despliega con total brillantez durante el juego o fiesta del Pujllay, que se celebra el segundo o tercer domingo de marzo. Ancestral rito de iniciación, también conmemora la victoria de los indígenas contra los españoles en 1816. Bajan al pueblo 60 comunidades indígenas distintas que se mezclan con turistas, antropólogos y folcloristas de todo el mundo. Van entrando en la plaza los grupos de bailarines y los músicos con trajes muy elaborados y relucientes, de hasta 15 kilos, e instrumentos musicales prehispánicos como los tokoros y pinkillos. Hacen el mayor ruido posible para ahuyentar a Supay, un ser maligno; golpean al mismo ritmo las espuelas de las sandalias y las campanas de la cintura. Después de hacer las ofrendas en la pucara (arco de madera decorado con roscos de pan, frutas y flores) como agradecimiento a Pachamama (la Tierra y el Espacio), se come picante y se bebe chicha sin dejar de bailar hasta el anochecer.
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  • Sucre y Tarabuco festejan a la madre tierra de Bolivia
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  • Bailes para la Pachamama
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