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  • Está anclada en un paisaje de almanaque, envolvente, pero no empalagoso. Montañas mansas y un río trotón, el Mur adolescente, tienen a Graz ensimismada. Bañada por un aliento sureño, lejos del pulso excitado del poder o de las prisas. La llaman "la bella durmiente", y bosques no le faltan; dicho de otro modo: es el secreto mejor guardado de Austria. Eso, a pesar de ser la segunda ciudad del país, de ensamblar muchos de los coches y motores que ruedan por Europa, de poseer viñedos y pomares -las manzanas de Estiria requieren todo un glosario- y de alojar tres universidades, unos 40.000 alumnos para una población de apenas 230.000 vecinos. Es culta, es rica, pero no tan famosa, por estar donde está. Y es que está en la frontera, es una frontera. Con tal condición nació hace ahora 900 años. Frontera con los turcos -eran turcos todos los otros, los croatas, los eslovenos, los mercenarios otomanos...-, primero fue un bastión (gradec, de ahí su nombre) en la marca Estiria (Steiermark), un castillo aupado sobre un teso señero (el Schlossberg) donde aún aguanta la Uhrturm o torre del Reloj, convertida en logo cívico. El emperador Federico III, y más tarde Fernando II, armaron un burg o ciudadela bien munida de murallas y dejaron reposar sus corazones en un mausoleo anexo a la catedral gótica. El Arsenal que por entonces se dispuso (1550) y ahora se visita no es un museo, es lo que es: un almacén con más de 30.000 artilugios para partir en pedazos al enemigo. Luego, los Habsburgo posteriores se llevaron la capital a Viena, y Graz entró en un letargo dorado. Este breve perfil explica algo el cuerpo gentil de Graz: una osamenta medieval, con musculatura renacentista y piel barroca, más unos toques cosméticos de biedermeier y jugendstil. Se ve muy claro desde el soberbio mirador que es la colina de Schlossberg: Graz se cierne desde allí como la gran ciudad que es, con decenas de cúpulas y agujas emergiendo sobre el poso granate de los tejados, dulcemente represado por el labio difuso de las montañas. Si es por fortuna una mañana de domingo, una algarabía de carillones cubrirá techos y patios como un baño de espuma, rebotando campanadas como pompas de gloria, maternal y grave. Un recorrido de detalles Sin embargo, no es Graz, como otras ciudades imperiales, una tramoya hueca, un trampantojo publicitario; no, Graz no trampea ni engatusa; al contrario, puede escurrirse a la mirada, a menos que uno vaya con la cabeza bien alta, atento a los detalles. Que saltan como chispas: un pedazo de esgrafiado gótico, un portón renacentista, una lápida hebrea embuchada en algún desconchón, unos frescos o estucados barrocos, Vírgenes y santos encaramados a todas las esquinas posibles. Un ojo avizor llegará a dar con un tintoretto gigantesco entre pálidos angelotes de yeso, o con los rostros torvos de Hitler y Mussolini contemplando la flagelación de Cristo en un vitral de la Santa Sangre. Y detalles invisibles, más sutiles, como son los olores a sopicaldo burgués que emergen de las ranuras de los patios, el ácido aroma del vino silcher, la espuma carnosa de las cervezas locales derramada en el empedrado; o ese nudo de latidos que es el mercado de los sábados, cuando vienen los campesinos de los suburbios a ofrecer su tesoro de manzanas preciosas, o el aceite oscuro de las pipas de calabaza. Graz, como se ve, oculta más de lo que enseña. Su mórbida timidez se verá sacudida por los trajines de 2003 y el reinado cultural en solitario. Hay tres aspectos que cobran protagonismo, dado el talante indígena. El primero es la arquitectura. El casco viejo fue declarado patrimonio de la humanidad hace un par de años. Y si se ha conservado bien es, en gran medida, gracias al empuje de la llamada Grazer Schule (escuela de Graz), cuajada en los pasados años ochenta y que ha surtido arquitectos como Domenic (que ha trabajado en España), Kada o la pareja Szyskowitz-Kowalsky. De hecho, los dos proyectos de más lustre para 2003 van a ser una "isla sobre el Mur" (un ágora o plaza en forma de valvas encajadas, obra del local Robert Punkenhofer y el neoyorquino Vito Acconci) y una Kunsthaus o sala de arte, de los británicos Peter Cook y Colin Fournier, que será una especie de burbuja azul flotando casi en el aire -los paisanos, aunque sólo ven de momento el armazón de acero y las imágenes virtuales, ya lo han bautizado como "el buen alienígena". Otro aspecto relevante es la literatura. Graz es una ciudad sustancialmente literaria -hay muchos nombres prendidos a fachadas, de cuyos versos ya nadie sabe dar razón- y tienen más entidad en ella los adjetivos y sensaciones que los ladrillos. Algunos la consideran la "capital secreta" de las letras germanas. En los pasados años sesenta y setenta, un movimiento en torno a las revistas Manuskripte y Lichtungen produjo autores de la talla de Peter Handke, Barbara Frischmut o el "compositor lingüístico" Gert Jonke (que estrenará piezas para 2003). Graz cuenta con su propio sabueso de papel (el detective Brenner, un colega del Carvallo barcelonés), y uno de los proyectos para la próxima primavera es una flamante Literaturhaus o casa de la literatura. También se va a recordar, en una de las más prometedoras propuestas, al paisano Leopold von Sacher-Masoch, quien dio pie -con novelas como La Venus de las pieles- a un código amatorio llamado, por su culpa, masoquismo. Jazz y operetas El tercer aspecto más destacable es la música. Graz cuenta con un delicioso teatro de ópera (de finales del XIX) y con varios órganos de categoría, que suenan sobre todo en el célebre festival Styriarte, que arropa y mima el también paisano Nikolaus Harnoncourt -no faltará a la cita de este año, por supuesto-. Otro hijo de Graz más veterano, Robert Stolz, es conocido sobre todo por sus operetas (unas sesenta), pero el 2003 va a airear su faceta de compositor de bandas para películas de Hollywood: más de un centenar. Por lo demás, Graz fue la primera en Europa que tuvo una facultad de jazz, así que nada sorprende que los sótanos góticos escondan clubes de jazz, y que haya más músicos que esquinas por las calles. La animación propia de una ciudad opulenta y culta se verá reforzada con un chaparrón de más de 500 eventos. Además, sus boutiques y restaurantes de diseño, sus galerías y objetos de arte hasta en los tranvías, su actitud jovial y sanamente provocadora, son razones más que suficientes para que los españoles se apresten a incluir a Graz en el circuito de ciudades austriacas, junto a Viena, Salzburgo o Innsbruck. Se verá que es diferente. Que durmiente o no tanto, suscita en verdad amor secreto. Y como buena urbe literaria que es, cuando uno tiene que partir, deja un grato escozor en alguna víscera escondida.
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  • Graz, en Austria, ostenta la capitalidad cultural europea en 2003
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  • La fiesta de una ciudad fronteriza
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