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  • No dan más que sorpresas, las dichosas carabelas. Cuando las originales se hicieron a la mar, nadie esperaba que fueran a encontrar un nuevo mundo. Cuando se fabricaron estas réplicas, nadie imaginaba que fueran a convertirse en la atracción estrella del quinto centenario del Descubrimiento, celebrado hace un par de lustros. Fue entonces cuando se impulsó la puesta a punto del Muelle de las Carabelas, donde permanecen ancladas réplicas exactas de las tres naves descubridoras. Menos rigor histórico hay en cuanto a la ubicación. Por una sencilla razón: el mar se ha ido rezagando. El muelle original del que partieron los barcos en 1492 estaba un poco más arriba, en los arrabales de Palos. En esa imprecisa geografía, la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel, marismas y arenales han ido ganándole el pulso al mar. Así que hubo que asentar el pantalán aguas abajo, cerca del monasterio donde se había fraguado la aventura. La visita se inicia en el edificio principal, que alberga una exposición en torno al Descubrimiento y su época. Por ejemplo, allí podrá ver todos los retratos existentes de Colón, a quien por cierto reclaman como hijo pródigo no menos de treinta poblaciones. La muestra se completa con un vídeo. Y enseguida viene lo excitante, el abordaje de las naves. De lo primero que se entera uno es de que las tres carabelas eran dos, la Pinta y la Niña; la otra, la Santa María, no era carabela, sino nao. Las carabelas, de origen árabe y copiadas por los portugueses, son más pequeñas y ágiles, pensadas para la carga; la nao, de origen español, es de mayor envergadura, apta para soportar tropas o artillería. Subiendo y bajando por cubiertas y bodegas, codeándose con marineros de guardarropía, uno capta la importancia de problemas como la racionalización de los víveres. En tierra, escolta a los navíos un barrio portuario de tenderetes, que se anima de forma extraordinaria en tres ocasiones: el 12 de octubre (fecha del Descubrimiento), el 3 de agosto (día de la partida) y el 15 de marzo (día en que regresaron a Palos). Pero no acaba aquí la cosa. Para aislar este cuadro histórico del telón de fondo de la ría de Huelva se proyectó la llamada Isla del Encuentro, una lengua arbolada con vegetación más o menos tropical y ambientada con figuras que imitan a los indígenas americanos. En fin, un lugar muy satisfactorio del que chicos y grandes salen probablemente con la sensación de haber descubierto América.
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  • Réplicas de las tres carabelas de Colón en las marismas de Huelva
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  • El viaje de 1492
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