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  • En casi todos los pueblos de tradición marinera circulan historias sobre el Kraken, el legendario calamar gigante, capaz de arrastrar un barco hasta el fondo con sus poderosos tentáculos. Pero eran muy pocos los que habían visto realmente al monstruo. Hasta ahora. En el Museo de Ciencias Naturales de Madrid es posible enfrentarse cara a cara con un ejemplar de Architeuthys, que es como se llama este enorme cefalópodo de casi ocho metros -algunos llegan a alcanzar los 20 metros de longitud- capturado en 2001 frente a las costas de Málaga. El Architeuthys ocupa un lugar destacado en Mediterráneo: naturaleza y civilización, la nueva exposición permanente del museo, que fue inaugurada el pasado mes de noviembre y está dedicada a los ecosistemas terrestres y marinos del Mare Nostrum. Desde que, en 1772, Carlos III impulsara la creación del Real Gabinete de Historia Natural con la abultada colección del naturalista Pedro Franco Dávila, los avatares del Museo de Ciencias han ido paralelos a la historia de España. Durante el Siglo de las Luces, sus fondos se enriquecieron con expediciones científicas a los lugares más remotos del globo, como la que emprendió en 1789 Alejandro Malaspina. De esta época data el ejemplar más valioso que conserva el museo: un esqueleto de Megatherium americanum, mamífero del pleistoceno, hace dos millones de años, hallado en Luján, Argentina. Tras la invasión napoleónica y el saqueo del Real Gabinete por las tropas francesas, se fueron sucediendo breves momentos de esplendor y largos periodos de abandono y desidia. En 1901, las colecciones fueron trasladadas desde su antigua sede, la Academia de Bellas Artes de la calle de Alcalá, al edificio que desde entonces comparte con la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales frente al paseo de la Castellana; en 1989, tras permanecer varios años cerrado por reformas, abrió de nuevo sus puertas al público con la inauguración de las nuevas salas dedicadas a las ciencias de la tierra y la paleontología. Con su modernización, el museo perdió buena parte de su encanto decimonónico, sacrificado en aras de la claridad expositiva y el didactismo. Los paneles multimedia han reemplazado a aquellas polvorientas y fascinantes vitrinas donde se amontonaban, siguiendo un orden más estético que taxonómico, deslumbrantes coleópteros y mariposas, gemas, meteoritos, aves de exóticos plumajes, esqueletos de animales antediluvianos y gigantescos moluscos de los mares del Sur. Aun así, los visitantes -unos 500.000 al año-, y sobre todos los niños, se siguen maravillando ante las dimensiones del Diploducus carnegiei (réplica exacta del hallado en 1899 en Wyoming, Estados Unidos), el meteorito de 112 kilos que se estrelló en diciembre de 1858 en Molina de Segura (Murcia), o el elefante africano disecado por Luis Benedito, el primero de una dinastía de taxidermistas unida desde hace más de un siglo a la vida del museo. Las colecciones superan los seis millones de ejemplares, de los que hoy sólo se muestra una pequeña parte. De hecho, el principal problema que afronta la institución, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, es la falta de espacio. En la actualidad existe un proyecto de ampliación que albergaría el futuro Museo Nacional de Ciencia y Tecnología.
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  • Meteoritos y fósiles en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid
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  • El ojo del calamar gigante
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