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  • Con tan sólo 75 habitantes, la aldea de Pazos de Arenteiro sobrevive sumida en el rancio recuerdo de un pasado ilustre, en el que llegó a albergar a la más solemne hidalguía de la comarca del Ribeiro. Envuelta en el aura del medievo, declarada conjunto histórico-artístico hace tres décadas, las hechuras pétreas de sus pazos y callejuelas se remozan en estos días con la idea de volver a revivir el pasado histórico que guardan sus centenarios muros. Enclavado en el concello de Boborás, al noroeste de las tierras orensanas, este viejo villorrio gallego es toda una sorpresa para el viajero que recorre la región del más popular de los vinos de Galicia. Las laderas aterrazadas, tomadas hace siglos por hileras de viñas y el río que pone apellido al pueblo, el Arenteiro, protagonizan el paisaje natural de su entorno. Pazos de Arenteiro es una piedra preciosa todavía sin pulir para el turismo rural, un tesoro en bruto que verá en los próximos años muchos cambios, al estar prevista la rehabilitación de edificios para su conversión en hospederías y oficina de turismo, entre otros equipamientos. Hoy es imposible pernoctar en el pueblo, y para comer sólo se puede acudir al único bar del municipio. Aunque a veces la fortuna viene a ver al caminante y le obsequia con la hospitalidad de las gentes de Pazos. Como en el caso de Florentino Torres y su familia, que no dudan en compartir ribeiro de su cosecha, sardinas asadas, pimientos fritos, buena conversación y el son de una gaita con visitantes desconocidos. Torres es viticultor y sacristán de Pazos, y toda una enciclopedia de los saberes históricos y artísticos de este enclave de casas solariegas y palacetes, algunos caídos en la ruina y cubiertos de musgos y verdines. Las calles empedradas y los sólidos muros de los pazos, tallados con blasones y asomados al valle por balconadas de repujados pilares, exhalan un aire señorial. Entre los edificios más singulares del pueblo se encuentran la iglesia de San Salvador, del siglo XIII, que huele a nardos y a velas consumidas; el pazo de la familia Cervela, el más importante y destacado linaje de la comarca, cuyos árboles del patio, cansados de tanta soledad, dejan asomar sus más atrevidas ramas por el quicio de las ventanas; el palacio de la Encomienda, hoy Casa Parroquial, aunque bastante arruinada, cuya terraza se exhibe sobre una plantación de viñedos, y la Casa del Médico, a los pies del río, con el semblante marchito de lo que debió ser un excelente jardín. En la parte más elevada del núcleo urbano también se sitúa la Casa de Arriba, un sobrio edificio de grandes dimensiones, ahora en restauración, ribeteado con tres chimeneas labradas que marcan el contraste con el resto de la construcción. En sus orígenes fueron cuatro las chimeneas que la coronaban, pero fue necesario derruir una para cumplir una añeja normativa: ninguna casa podía tener más chimeneas que el Palacio Real. Camino del Pozo dos Fumes Pero en Pazos hay más monumentos, en este caso naturales, puesto que así podría calificarse el arrebatador bosque de ribera que cubre los flancos del Arenteiro; río que en otro tiempo quizá se llamó Argentario, debido al posible arrastre de arenas de plata en sus aguas, y que mantiene sobre su cauce un conservado puente medieval. Desde la plazuela de atrás de la iglesia, junto al Peto de las Ánimas, parte una senda señalizada que conduce calle abajo hacia el encuentro con el curso fluvial. Siguiendo el sendero por la margen derecha del cauce, se puede apreciar el buen trabajo realizado por una escuela taller que ha acondicionado con pasarelas de madera algunos tramos del recorrido paralelo al río. Pero, a pesar de esta intervención humana, la espesura se manifiesta salvaje, el musgo forra árboles y piedras, los helechos nacen sobre rocas y el principal alboroto procede del discurrir de la corriente, que en el Pozo dos Fumes se vuelve cascada.
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  • Un salvaje bosque junto al río, en Pazos de Arenteiro (Ourense)
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  • Piedra y musgo en tierras del ribeiro
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