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  • Que una pequeña y monumental ciudad del noroeste de Murcia haya logrado ser la quinta Ciudad Santa del mundo, tras Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela y el monasterio cántabro de Santo Toribio de Liébana, puede parecer milagroso. Pero cuando se conoce la pasión que los caravaqueños han puesto siempre en su cruz -la misma que acompaña al topónimo de la ciudad- y en el fenómeno de su aparición, se entiende que el empeño de todo un pueblo haya acabado en éxito. En 1988, el Vaticano concedió al santuario de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca el Año Jubilar in perpetuum, con permiso de celebración cada siete años en un ciclo que debía iniciarse en este 2003. Roma reconocía así la fuerte tradición religiosa de esta ciudad murciana como foco de peregrinación y le daba de paso una magnífica excusa para revitalizar el turismo en una comarca, la del noroeste, con un importantísimo legado histórico y artístico, pero atascada en un retraso secular por falta de comunicaciones, industria y servicios en este rincón montañoso y verde. Encaramada sobre lo alto de un cerro, Caravaca aún conserva alrededor del castillo el ambiente fresco y pausado de aquella ciudad medieval que fue capital de una extensa comarca. Desde la fortaleza -un lienzo continuo de muralla cuyos 14 torreones y su solitaria puerta están construidos sobre la historia y la cultura- se puede ver el mar de tejas de adobe que salpica el casco viejo. Piedras de rancio linaje en palacetes, blasones, casas señoriales e iglesias, y también algún que otro desaguisado urbanístico. Arriba, entre los muros de la fortaleza, se levantó en el siglo XVIII la iglesia de la Vera Cruz, un edificio barroco hecho con mármol rojo de Cehegín en torno al cual giran la historia y el sentir popular de Caravaca. El templo debía de servir de relicario y custodia a la famosa cruz de cuatro brazos que, según la leyenda, dos ángeles bajaron del cielo para que un sacerdote preso en las mazmorras del castillo pudiera oficiar misa. Por la cuesta del castillo, la misma que ahora culminan en su peregrinar los visitantes de este Año Jubilar 2003, suben cada 2 de mayo la carrera desenfrenada los caballos del Vino, ricamente enjaezados con bordados de oro y seda, mientras miles de personas jalean y vitorean a las cuadrillas. Una de las fiestas más vistosas y populares de Murcia, rememora una antigua gesta en la que se consiguió introducir alimentos en la ciudad asediada con la ayuda de las caballerías, y es, sin duda, el momento culminante de las fiestas patronales de la Santísima y Vera Cruz. Talleres de bordado Los mantos bordados que engalanan los caballos, joyas de los talleres de bordado artesanos caravaqueños, así como las vestimentas de los moros y cristianos, pueden verse ahora en el Museo de la Fiesta, uno de los cuatro que se han abierto en la ciudad con la millonaria inversión (cerca de nueve millones de euros) destinada a revitalizar Caravaca con motivo del jubileo. El museo festero ocupa el antiguo palacio del marqués de San Mamés, un edificio del siglo XVI rescatado de la ruina para estos fastos, como también lo ha sido la iglesia de la Soledad, sede del Museo Arqueológico, donde se exponen importantes piezas íberas, romanas y musulmanas de una zona rica en historia. Las profundas obras de recuperación del castillo y de la iglesia de la Vera Cruz sacaron a la luz nuevos paños de muralla y torres desconocidas de la fortaleza del siglo XI, además de un aljibe árabe, que ahora forman parte de un nuevo museo, el de la Vera Cruz, realizado por Empty según proyecto de Luis Feduchi, donde se expone todo lo relacionado con el ajuar de la reliquia y la leyenda de su aparición. Como se ve, iglesias en Caravaca hay muchas. Pero si hubiera que destacar una por su monumentalidad, sería la mole cuadrada, serena y maciza del Salvador, el mejor templo del Renacimiento murciano, junto al de Santiago, en Jumilla. En una tierra de barroco sorprende gratamente la armónica y renacentista figura de la iglesia del Salvador emergiendo de un dédalo de callejas estrechas, sus cuatro magníficas columnas jónicas estriadas soportando las nervaduras góticas de su bóveda y su fachada monumental y sobria.
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  • La fiesta ecuestre se suma el 2 de mayo al programa del año jubilar
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  • Los jinetes de Caravaca
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