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  • Burdeos, rostro atlántico de Francia, ciudad de pasado glorioso que había caído en el abandono durante los casi cincuenta años de reinado del general Jacques Chaban-Delmas (que ocupó la alcaldía de 1947 a 1995), se convierte hoy a marchas forzadas en una urbe moderna gracias al proyecto de tranvía del alcalde Alain Juppé. Aunque las obras colapsen determinadas arterias del centro, eso no impide apreciar uno de los patrimonios arquitectónicos más bellos del país francés: el Gran Teatro, la plaza de la Bolsa, la alameda de Tourny, la catedral de Saint-André, las basílicas de Saint-Michel y Saint-Seurin, y tantos otros lugares y monumentos que convierten a Burdeos en un digno rival de París a menor escala. Stendhal dijo de ella que era "sin discusión, la ciudad más bella de Francia". Lo que más fascina de Burdeos son sus contrastes y sus contradicciones. Hay pocas villas en Europa que permitan ver bien el cielo desde cualquier parte, donde la luz entre en las casas con tal naturalidad, casas de planta baja y un piso o dos pisos a lo sumo, con jardín y en pleno centro. Esa luz debió de enamorar de inmediato a Goya. Burdeos se construyó sin ninguna avaricia de suelo, y, sin embargo, excepto el barrio de Chartrons, ha vivido siempre de espaldas a una de sus dos riquezas naturales: el río, el Garona. Primer puerto de Francia y segundo de Europa después de Londres en el siglo XVIII, Burdeos ya no tiene por desgracia ninguna animación portuaria. La ribera derecha del Garona no fue urbanizada, de manera que la ciudad jamás llegó a dotarse de un espejo de sí misma, como casi todas las ciudades divididas por un río. En realidad, el Garona parece más bien un anticipo del océano, situado a 60 kilómetros, pues Burdeos se acaba en los muelles, como una ciudad costera, muelles sin barcos, excepto la mole gris del buque de guerra Le Colbert. Hay que imaginar lo que fue este puerto no hace tanto tiempo, en los mismos años setenta, para comprender lo que ha perdido. El puerto y la hacienda Y he aquí otra de sus peculiaridades: Burdeos ha perdido el puerto como antes los nobles perdían la mitad de su hacienda en la ruleta, es decir, sin inmutarse. No hay ciudad más altiva en toda Francia, más aristocrática, más impenetrable. Los que no son de aquí dicen que a los bordeleses les ha quedado un aire de la dominación inglesa y que viven de rentas, de lo que Mauriac, un traidor, llamó su "respetabilidad de fachada". ¡Pero qué fachadas y qué vida! No conozco ciudad donde uno pueda pasarse tanto tiempo admirando la riqueza y variedad de las fachadas, el trabajo de la piedra en los adornos, las cornisas, los portales. Y para hablar de la vida, del buen vivir, hay que mentar el vino. Burdeos y toda la región de Aquitania vive exclusivamente de sus viñas, las más famosas y productivas del mundo. La espléndida Maison du Vin permite degustar varias veces a la semana esos caldos, cuyo origen como industria floreciente se debe a los ingleses y a su aprecio por el clarete, exportado masivamente a la Europa del Norte desde hace siglos. Se puede hablar de varios Burdeos. Sin que existan cortes marcados entre las diferentes identidades de la ciudad, hay el Burdeos popular, mediterráneo, que se asienta alrededor de la plaza de Saint-Michel, sede del mercadillo dominical; el Burdeos burgués de las floristerías y las lingeries, de las boutiques y los restaurantes, en torno a la Place des Grands Hommes; el Burdeos monumental y espectacular de la Place Rohan y de la Place de la Comédie; el Burdeos romano del Palais Gallien; el Burdeos fluvial -en forma de media luna y de color café con leche, pues así es la estela y el color del Garona-, que arranca en el Pont de Pierre y llega más allá de Chartrons, donde en otro tiempo se cargaba el clarete en la bodega de los cientos de barcos atracados en los quais; el Burdeos de la revolución, mi preferido, al norte de la Place Gambetta, donde silbó la guillotina, con sus calles de decorado teatral y su amplio cielo surcado de nubes rectilíneas; el Burdeos literario, con sus tres M -Montaigne, Montesquieu y Mauriac-, sin olvidar a las S de Sempé y Sollers, y su ejemplar Librerie Mollat, el librero más grande del continente. Y aún hay más Burdeos, sobre todo el que descubrirá el tranvía cuando desaparezcan los coches que ahogan el centro. Ése, si Alain Juppé no lo malogra, puede convertirse en una de las ciudades más apacibles y bellas de Europa.
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  • La monumental ciudad de los vinos rejuvenece con el tranvía
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  • Las mil fachadas de Burdeos
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