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  • Desde cualquier ángulo de la meseta castellana, llegando a Lerma, se avista la fábrica renacentista del palacio ducal coronada por cuatro imponentes torres. Fue construido entre 1601 y 1617 por orden del primer duque de Lerma, Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, valido del rey Felipe III y un personaje muy influyente de la historia española. Su poder parece seguir acuartelando cada uno de los sillares que sostienen el monumento. Un edificio apabullante, sobre todo a última hora del día, cuando la iluminación de la fachada realza su recién estrenada condición de parador, y el patio de luces, flanqueado por 20 columnas jónicas y toscanas, recibe al atónito viajero. En el plano hostelero, el parador refrenda la revolución operada en la cadena estatal desde que asumió su presidencia Ana Isabel Mariño. Savia nueva para abanderar con mejores argumentos la excelencia turística española por todo el mundo. Al fin, el ambiente en el interior de los paradores deja de pedir yelmo y armadura para disfrutarlos como es debido. Por fin, sin renegar de lo clásico ni sustraerse a la historicidad de sus edificios, existe una propuesta confortable y nobiliaria en las antípodas de la estética de saldo artesano que vestía el común de los paradores. Entre otras novedades, el mobiliario incorpora líneas y formas de diseño más actuales, el atrezo adquiere un mayor relieve lumínico y los objetos decorativos expurgan los tics rancios de antaño. Se ha renovado el ajuar cosmético en línea con los hoteles de gran clase. Y la cocina, a falta de rodaje, ofrece lo más representativo de la tierra castellana. Sólo cabe lamentar cierta timidez en la decoración de las habitaciones. Con unos leves toques de modernidad se habría conseguido mayor alegría en las paredes y una lectura más aproximada de lo que pide hoy la clientela internacional. Especialmente relevantes son la 301 y 307, de mayores dimensiones que el resto, con dos balcones cada una esquinados sobre la plaza Mayor. Más bucólicas, las de la fachada norte miran a la vega del Arlanza, toda jalonada de choperas. En el piso superior se alinean unas cuantas estancias cuya techumbre, forrada de arpillera azul, evoca la clase sanguínea del duque que las habitó. Un silencio aristocrático preside el monumento. Tan esclarecido como los salones acolchados de estampados ingleses donde se sirve el desayuno, un bufé sustantivo con frutas frescas, embutidos, huevos fritos y zumos de calidad más bien regular. Lamentablemente, tras la inauguración del parador el pasado 11 de abril, y a pesar de que éste cuente con un garaje en los sótanos, la monumental plaza Mayor de Lerma se ha visto transformada en estas últimas fechas en un inmenso aparcamiento de vehículos.
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  • Diario El País S.L.
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  • PARADOR DE LERMA, abierto en el renacentista palacio ducal de la villa burgalesa
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  • El renovado esplendor de un edificio histórico
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