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  • Una fuerte explosión seguida de un perceptible espasmo de la tierra anuncian que el Arenal ha hecho erupción. Un penacho de humo negro, que se alza sobre la masa algodonosa de bruma gris que oculta la cima de la montaña, y el estruendo de las rocas expulsadas por el cráter al rodar ladera abajo. El fenómeno se repite a intervalos de tiempo irregulares, y ya de noche, si se tiene la suerte de que no haya nubes, se puede ver cómo la montaña arroja con violencia materias incandescentes de un vivísimo color anaranjado. Un espectáculo al que se puede asistir a sólo 800 metros de la base del volcán, en un mirador situado en el parque nacional Volcán Arenal, o cómodamente sentado -se pierde la nitidez del estruendo- en la terraza de alguno de los muchos hoteles que rodean, a una distancia más prudencial, la montaña. El Arenal, al noroeste del país centroamericano, es un cono perfecto que, pese a tener una altura de poco menos de 1.700 metros, puede verse desde muchos kilómetros a la redonda en los días despejados. En las proximidades del volcán discurren varios ríos de aguas calientes, alguno de los cuales ha sido aprovechado para instalar un balneario. El más conocido es el del río Tabacón, donde los viajeros pueden compaginar un baño termal con la contemplación del Arenal desde un paraje de exuberante vegetación y envuelto en las brumas que emanan de las aguas calientes. No es el único volcán activo al que se puede acceder. El Irazú, el Poás, cuyos dos cráteres están ocupados por lagunas de origen pluvial, o el Rincón de la Vieja son otros ejemplos de volcanes vivos en un entorno de parque natural. Relativamente próxima en kilómetros, pero bastante lejana por el tiempo que se tarda en llegar -el estado de la pista es infernal-, se encuentra la reserva biológica de Monteverde, una inmensa masa boscosa de más de 10.500 hectáreas de extensión. Una red de pequeños hoteles bien cuidados da cabida a un número limitado de viajeros, a quienes, en medio de un ambiente de tranquilidad, se predispone para entrar en comunión con la naturaleza. Monteverde permite al viajero disfrutar del bosque de diferentes formas: por el día, por la noche, paseando a través de puentes a la altura de los árboles -las ceibas alcanzan los 50 metros- o viajando de copa en copa mediante un seguro sistema de poleas, cuerdas y arneses. Se puede ir por libre o con guía, pero, salvo que se sea un experto en fauna y flora, lo recomendable es dejarse conducir. El bosque está lleno de vida, pero sólo las indicaciones del guía multiplican las posibilidades de contemplarla. Monos y perezosos Durante el día es difícil observar a otros mamíferos que no sean los monos y ocasionalmente a algún perezoso, pero las aves -incluido el quetzal, con sus colores iridiscentes que cambian de tonalidad según reciba los rayos del sol- y sobre todo los insectos ofrecen todo un recital de vida. Por la noche, si hay suerte, se pueden ver pequeños zorrillos, puercoespines, agutíes (roedores del tamaño de un conejo) y variadas clases de ranas y lagartijas, así como asombrosos insectos palo y nidos de tarántulas. Esta reserva es un lugar privilegiado para apreciar los esfuerzos de los costarricenses (ticos) por conservar la naturaleza; un esfuerzo que les ha llevado a proteger un 30% del territorio nacional, una extensión similar a la de la provincia de Zaragoza. Costa Rica cuenta, dentro de esta enorme biodiversidad, con 850 especies de aves, de las que 50 son de colibríes; 6.500 de mariposas; 13.000 de plantas, de las que 1.200 son orquídeas; 237 especies de mamíferos, y más de 200 de anfibios y reptiles. Prácticamente un 5% de todas las formas de vida del planeta se dan cita en este pequeño país. Precisamente un reptil, la tortuga, es otro de los grandes focos de atracción del viajero. El parque nacional de Tortuguero, al noreste del país, en pleno Caribe, relativamente cerca de la frontera con Nicaragua, es, junto con el volcán Arenal, un sitio de visita obligada. Entre los meses de julio y octubre, aunque con mayor intensidad en agosto, las tortugas verdes, de un metro de longitud y hasta 200 kilos de peso, utilizan los cerca de 30 kilómetros de playa virgen de Tortuguero para desovar. De una forma escrupulosamente organizada, el viajero puede ser testigo directo de este ritual de vida ancestral. Miles de tortugas verdes aprovechan la tranquilidad de la noche para poner sus huevos, una vez que han excavado con sus aletas el nido en el lugar que consideran más adecuado. Los científicos han comprobado que la mayoría de las hembras regresa -suelen desovar cada tres años- a la misma playa durante toda su vida fértil y que probablemente sea el lugar donde ellas nacieron. En Tortuguero hay censados más de 17.000 ejemplares que no han sido vistos nunca en otras playas. Otras especies de tortuga, como la baula, también desovan en la zona, pero al ser su número muy inferior es difícil verlas. Para quienes no tienen la fortuna de poder presenciar el desove de las tortugas, el parque nacional ofrece, como consuelo, la belleza de su paisaje. A caballo entre las estrechas franjas de tierra que hay entre los canales sobre los que se asienta y el Caribe, Tortuguero es una de las zonas silvestres del país más ricas y variadas, tanto en flora como en fauna; una riqueza que el viajero puede disfrutar en largos paseos en barca a través de la intrincada red de canales que se extiende a lo largo de decenas de kilómetros. Su único pero es un clima muy húmedo y sofocante, y las aguerridas legiones de mosquitos (zancudos). La oferta de Costa Rica no se agota aquí. Más de 20 parques nacionales, ocho reservas biológicas públicas y más de 50 zonas protegidas, tanto públicas como privadas, abren posibilidades que incluyen también los deportes de aventura. Una cuidada infraestructura hotelera y una eficaz red privada de microbuses permiten al viajero trazar el viaje a su antojo, al margen de programas preestablecidos. El problema, precisamente, surge a la hora de elegir.
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  • Reptiles marinos y ríos de lava en la naturaleza de Costa Rica
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  • Rito de volcanes y tortugas
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