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  • A Karlsruhe uno llega como por casualidad. Desde la bellísima Heidelberg, a orillas del Neckar, después de rastrear la ruta de los filósofos; o tras un tour en barco por el barrio acuático de la Petite France, Estrasburgo; o para los que se han hartado de buscar las legendarias sirenas de Caracalla, en Baden-Baden. En el corazón de los paisajes extáticos de la Selva Negra, Karlsruhe nos prepara para una visión distinta de la realidad, porque la ciudad donde encontró reposo y descanso su fundador el príncipe Margrave Karl-Wilhelm nunca abandonó sus restos al pesar y a la nostalgia. El coloso monte Turmberg, su formidable guardaespaldas, apenas nos dice nada de su pasado, pero sirve de cobijo a uno de los vehículos más antiguos de Alemania, su ferrocarril de montaña, que todavía trepa hasta la cima como un mozuelo de campo. Serenidad y tecnología La serenidad de Karlsruhe es, más que un don natural, un logro estético. Ciudad verde, aunque demasiado seria y demasiado preocupada; ciudad de misteriosa redundancia, donde el barroco y el neoclásico conviven con edificios sospechosamente inteligentes, Karlsruhe cae en la sensiblería versallesca frente a la heráldica de su palacio del XVIII, hoy sede del Museo Regional de Badenia, con sus jardines de corsé apretado y un zoológico con paseo en góndola donde lo salvaje se juzga sólo con la imaginación. Con una gran pirámide de mármol como icono en medio del escenario neoclásico de la plaza del Mercado, Karlsruhe presume de ser la sede de la Corte Federal Suprema y del Tribunal Constitucional alemán, de producir los mejores espárragos de Centroeuropa, del patanegra de su Selva y de la mejor cerveza de trigo alemana. Pero sobre todo por ser la ciudad de la alta tecnología. Porque en esta urbe de fantasmagoría borgiana que se abre al Rin en forma de abanico, los palacios barrocos han cedido el protagonismo a edificios narcisistas capaces de moldear el ocio de sus habitantes hasta extremos insospechados. Un ejemplo es el ZKM (Centro de Arte y Media), el más importante del mundo en su género, que atrae cada año a cientos de miles de visitantes de todas las edades. El enclave donde está situado su museo, una antigua fábrica de municiones rehabilitada por Schweger & Partner -que transformaron un edificio dogmático en otro completamente idealizado, preparado para presentar y exhibir las tecnologías más avanzadas y las experimentaciones artísticas-, es una suerte de campus universitario donde el crucial pronunciamiento de la imaginación aplicada a la alta tecnología se hace evidente. El ZKM es el primer y único museo del mundo de arte interactivo. Nació en 1988 como un foro para la ciencia, el arte, la política y las finanzas. No hay que olvidar que estamos en la nueva Alemania, y que Karlsruhe posee uno de los centros más avanzados del mundo de investigación nuclear. Originalmente, el centro iba a tener su ubicación al sur de la ciudad, donde hoy está la estación de ferrocarril. Rem Koolhas había diseñado un edificio en clave futurista que excedía el presupuesto original y que, tras un acalorado debate, fue rechazado. Desde 1999, dirigido por Peter Weibel, el ZKM ha combinado la producción y la investigación, las exposiciones temporales y la documentación. Posee una magnífica mediateca, varias salas para la exhibición de arte contemporáneo, un Museo de las Comunicaciones, un Instituto para las Artes Visuales, para la Música y para el Desarrollo en la Red. Las áreas temáticas del ZKM abarcan el cine interactivo, técnicas de simulación en el ciberespacio y el empleo de las últimas aplicaciones de software en Internet.
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  • Un museo de arte interactivo se mide con el pasado barroco
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  • Karlsruhe, la Alemania 'high-tech'
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