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  • De la India, las columnas centenarias y los bancos de sésamo. De Congo, las lombas (estatuillas), el mobiliario de ébano y los tejidos coloristas, imprecisamente geométricos. De Java, los arcones y los espejos en pan de oro. De Murano, por supuesto, las arañas de cristal fino... Y decenas de aguafuertes y serigrafías firmados por Tàpies, Miró y Clavé para dar contraste a este venerable jeroglífico ornamental urdido por un anticuario madrileño sobre las agujas del monasterio de Yuste. El Relojero es, más que un hotel, la rebotica personal de Juan Ibáñez, propietario de una fábrica de muebles en Indonesia y de la tienda de arte colonial Casa Julia en Madrid. Su idea del buen vivir y la necesidad de espacio donde exponer las mejores piezas de su colección le trajo a este rincón de la Vera, el mismo que acogió cinco siglos atrás a Carlos I y a su relojero Juanelo Turriano, en cuya memoria el establecimiento se olvida del tiempo, pero exige dar cuerda a la reserva de habitaciones con mucha antelación. Aquí no hay televisión ni aire acondicionado, sólo el relente que peina la sierra entre las masas de robles y castaños. Reina el silencio poetizado por fray Luis de León que sólo osan quebrar, con el rigor de los maitines y las vísperas, los frailes de Yuste haciendo repicar sus campanas. Razones suficientes para sucumbir bajo el tictac de un ventilador colonial, frente a las grandes cristaleras del salón, decorado con las lámparas vanguardistas, telas de sari y un pilar de madera labrada procedente del templo sagrado de Tamil Nadu, en la India. La piscina, junto al picadero de caballos, reclama la atención durante los meses de verano. Grifería de diseño Ataviadas con cortinas de lino y mosquiteras en las camas, las habitaciones destilan también un perfume colonial de ventilador y equipaje de cuero viejo. Ninguna esconde su estufa invernal, a imagen de la que ardía en casa de los Kipling, Thompson o Blixen. Pero aquí los cuartos de baño se permiten el lujo de incorporar grifería de diseño y una rutilante bañera de hidromasaje. El libre albedrío del huésped determinará cuál le viene mejor a su personalidad: la número 1, con cama marital sobre un frontón japonés; la 2, con muebles indios y colchas de caña adquiridas en Congo; la 3, con un dosel de madera de teca; o quizá la 8, relegada en una casita aparte al fondo del bosque, preferida por muchos gracias a su mayor aislamiento. Juan Ibáñez propone, cualquiera que sea la elección, un misticismo ermitaño de acuerdo con su óptica romántica del mundo. La misma lente de aumento expuesta a la pericia del otro Juanelo, el relojero imperial.
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  • Diario El País S.L.
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  • EL RELOJERO, diez habitaciones ambientadas con telas, estatuillas y muebles exóticos
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  • Perfume colonial junto al monasterio de Yuste
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