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  • Por tercer año consecutivo, la ONU ha elegido Noruega como el país del mundo con la mayor calidad de vida. Algo que se nota en Oslo, una pequeña gran urbe (550.000 habitantes) cuya reducida superficie ofrece todo tipo de alternativas. Entre tres y cinco días son suficientes para conocer a fondo esta ciudad situada en la punta de un fiordo de más de 100 kilómetros. Un paseo por la historia Los edificios emblemáticos están concentrados en un radio pequeño. La ruta comienza en el Palacio Real. Luego, Karl Johans Gate, principal arteria comercial y social, donde se erigen el Parlamento y el Teatro Nacional. Muy cerca, dos excusas para hacer una parada: el Theatercaféen y el insigne Grand Café, en el Grand Hotel, fundado en 1874. En sus habitaciones se hospedaron Munch, el premio Nobel de Literatura Knut Hamsun o el dramaturgo Henrik Ibsen, quien durante toda su vida acudió a diario y a la misma hora. Continuamos hacia Kvadraturen, la parte antigua, zona de oficinas y enclave del Museo Nacional de Arte Contemporáneo. Cerca se encuentra el Astrup Fearnley, que es raro ver en las guías pero que acoge interesantes exposiciones. Por la noche, la zona queda desierta y no es recomendable. Última etapa: el Raadhus (Ayuntamiento). A un lado, la fortaleza de Akershus; al otro, el bullicioso Aker Brygge, otrora muelle, convertido en zona de ocio. Las guías ya se encargan de machacarlo, pero el Vigeland Park es de obligada visita: una amplia zona verde alberga un conjunto escultórico de 192 cuerpos desnudos. Culmina la obra un monolito de más de 14 metros. Impresiona, la verdad. Como también lo hace el mausoleo de Emanuel Vigeland (Grimelundsveien, 8), hermano menor del escultor. Su bella y terrorífica atmósfera, su excepcional acústica (muchos acuden a su interior para tocar sus instrumentos) y el hecho de que sólo abre los domingos de 12.00 a 14.00 lo convierten en uno de los secretos mejor guardados. Además, está el museo de Edvard Munch, autor de El grito, y en la península de Bygdoey el Museo Vikingo (con tres barcos construidos antes del siglo X) y el Fram, que contiene la embarcación que llevó a Amundsen al Polo Sur en 1911. Barcos para 40 islas Para desconectar por completo conviene tomar uno de los barcos que salen del puerto. Una suerte de autobuses flotantes para quienes residen durante todo el año en alguna de las 40 islas del fiordo. La más recomendable, por tamaño y accesibilidad, es la de Hovedoeya, con sus pequeñas playas. Eso sí, que nadie busque arena fina ni morfologías mediterráneas. Los autóctonos también acuden a las rocosas orillas de la península de Bygdoey para bañarse. Matado el gusanillo, cambiamos el azul por el verde de los parques. Impresiona la suntuosidad del de Vigeland: 320 decáreas llenas de recovecos, fuentes y estanques. Más pequeño y bucólico, el parque que rodea el Palacio Real. Si lo que se desea es montaña, y en mayúsculas, también está a tiro. En Oslo hay unos 242 kilómetros cuadrados de zona forestal sobre un total de 454. Calculen. La línea 1 del metro (Holmenkollbanen) tarda poco menos de media hora en llegar a la vegetación más frondosa. El viaje es un placer, pues durante gran parte del trayecto el vagón se muta en una especie de tranvía. Dos paradas: la primera en la estación de Holmenkollen, cuyo aliciente extra es el trampolín de esquí construido en 1952 con motivo de los Juegos Olímpicos de Invierno. Basta con situarse al inicio de la rampa para que a uno se le ponga la piel de gallina. Y a la última estación, Frognerseteren, la gente sube, cuando hay nieve, con sus esquís (dentro del metro). El único rastro de civilización es el Frognerseteren Café, una preciosa casa de madera donde saciar la sed junto a las espectaculares vistas del fiordo. Reno y 'sushi' de ballena Dos opciones muy fiables para disfrutar de la desconocida gastronomía noruega: en la parte vieja de la ciudad, frente a las ruinas medievales, el Oslo Spiseforretning (Oslogate, 15), y muy cerca del Palacio Real, un clásico, el Restaurant Lorry (Parkveien, 12). Porque, aparte del salmón y los arenques, esta cocina dispone de sabrosas curiosidades. En carnes destaca la caza: reno, alce y ciervo. A la plancha, guisada con arándanos rojos o en albóndigas. Si hablamos de pescado, la cosa se complica. Se lleva la palma un plato típico navideño: lutefisk. ¿Alguna remota idea? Bueno, pues el susodicho nombre no es otra cosa que bacalao seco envuelto en, atención, sosa cáustica. No es broma. Luego se lava, se cuece y se sirve acompañado con beicon y patatas. Aparte de lo tradicional, hay una extensa oferta para satisfacer los paladares exquisitos. No en vano en la capital hay hasta seis restaurantes incluidos en la guía Michelin. Uno de ellos, Oro (Tordenskiolds Gate, 6A), ofrece cocina creativa en un espacio de diseño vanguardista. Menos caro resulta el reconocido Alex Sushi (Cort Adelers Gate, 2), donde se puede encontrar sushi de ballena. Aunque esta carne siempre ha sido común en la dieta nacional, restricciones y leyes varias han aumentado su precio considerablemente. Y para completar el trío, Arakataka (Mariboes Gate, 7). Informal y siempre lleno (no reservan mesa) gracias a su cocina mediterránea y su relación calidad/precio. Advertencia para los bolsillos: cuidado al pedir vino o licores, la factura se dispara hasta cotas surrealistas. En Oro, los vinos oscilan entre 30 y 842 euros. Avisados. Y para bajar la comida, el Summit 21, bar situado en la planta del mismo número del hotel Radisson SAS. No hace falta estar alojado para gozar de su imponente panorámica del fiordo, el mar y la ciudad. Lo más popular (y más turístico) en cuanto a bares y discotecas se encuentra alrededor de la Karl Johans Gate. Lo ideal para zambullirse en el ambiente más cool es dirigirse a Grünerloekka. Al igual que el Borne barcelonés, se trata de una antigua zona deprimida reconvertida en un escaparate de diseño y modernidad. Tres de la madrugada. Todos los locales nocturnos dejan de servir alcohol. Ni un minuto más ni un minuto menos. Y a las cuatro, todos a la calle. Las implacables leyes noruegas sobre conducir ebrio provocan a esta hora una titánica lucha por conseguir taxi. Las colas, perfectamente ordenadas, pueden durar una eternidad. Pero la noche, seguro, habrá valido la pena.
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  • Entre el fiordo y las montañas, naturaleza y vida nocturna en Oslo
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  • Una animada ciudad de bolsillo
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