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  • Está dicho y escrito que el 25 de agosto se celebra la Navidad en Yellowstone en conmemoración de una gran nevada caída hace largos años en tan veraniega fecha. Pero está también olvidado. Así que la primera sorpresa de un viaje al primogénito de los parques naturales del mundo un día de agosto fue encontrarse con que esa mañana había nevado. Entramos por la puerta este de Yellowstone -tras atravesar las llanuras secas y soleadas del centro de Wyoming, corridas por un viento caliente que se acelera por el cañón del río Soshone entre formaciones rocosas que semejan ruinas medievales- a las seis de la tarde, la misma cifra que en grados marcaba el termómetro del coche. ¿Es normal esto? En el centro de interpretación de Fishing Bridge, un ranger ofrece una respuesta: "No. Pero el mes pasado hizo más calor de lo normal, así que lo uno por lo otro". A su espalda, una pizarra indica que las temperaturas esperadas para hoy iban de los 13-18 grados de máxima a los 2-3 bajo cero de mínima. Hay varios centros de interpretación repartidos estratégicamente por todo el parque, cada uno de ellos con una especialización sobre las múltiples peculiaridades de Yellowstone y todos con expositores de naturaleza, librería y anfiteatro y/o sala de proyecciones para charlas y muestras de vídeos. En este de Fishing Bridge se pueden ver de cerca, disecados, mamíferos y aves de la nutrida fauna del parque: rapaces, cisnes, pelícanos, una madre oso con su cría... La gran novedad en el parque en los últimos años ha sido la feliz introducción del lobo, cuyo último predecesor fue abatido en 1926 en Yellowstone. ¿Es posible ver lobos? La respuesta es sabida, pero la pregunta salta de forma inevitable. "Puede que se los vea en el valle de Lamar. A eso de las seis de la mañana". El ranger lo dice con una sonrisa, en la que el viajero cree percibir un tilín de ironía.Idea descartada de inmediato. Explorador y aventurero Para esa misma noche nos recomiendan asistir a una presentación prevista en un cámping de la entrada norte, a 90 kilómetros de distancia, donde se hablará sobre el equilibrio ecológico en Yellowstone. Si la ruta en forma de ocho del circuito de Yellowstone se toma por dos relojes siameses de irregular circunferencia, Fishing Bridge está en las tres del reloj inferior, y la charla recomendada será a las once del reloj superior. Es la hora del crepúsculo, en teoría un momento ideal para ver animales en Yellowstone. Animales en estado natural, los inagotables y multicolores caprichos geotérmicos y el paisaje son los tres poderosos polos de atracción de Yellowstone, un territorio sobre el que el hombre blanco no puso sus ojos hasta principios del siglo XIX. Cuando John Colter, explorador, aventurero y trampero, contó entonces lo que había visto, fue tomado por loco, y sus descripciones sobre fumarolas, aguas hirviendo, géiseres y barro en ebullición fueron etiquetadas por los incrédulos como "el infierno de Colter". Hubieron de pasar décadas hasta que en 1872 Yellowstone fue convertido en el primer parque natural del mundo, bien que debido a que los políticos de Washington consideraron que aquellos 9.000 kilómetros cuadrados en las remotas Rocosas no ofrecían ninguna capacidad de explotación económica ni se comprometía un solo centavo en su mantenimiento y protección. De hecho, allí se siguió cazando hasta que a finales de siglo se movilizó al ejército a tiempo para salvar a los que en Yellowstone se tiene por los últimos 23 búfalos que quedaban en Estados Unidos, los 23 últimos de una población que tuvo 60 millones. Hace años, el viajero de hoy se encontró con unos búfalos en la zona de Old Faithful, al literal alcance de la mano, tan pacíficos y tontorrones que casi era posible tocarlos. "Es el animal más peligroso que tenemos en el parque. Cada año hay un par de personas corneadas", explica George, el ranger que hace la presentación en el cámping del norte. En la hora y media que ha costado llegar hasta aquí desde Fishing Bridge sólo hemos visto un rebaño de búfalos pastando a lo lejos. Fue en la zona de la Caldera de Azufre, con la fétida agua gris que emerge sin parar de una cueva entre roncos vagidos, y del borboteante Volcán de Lodo, con un desvío más adelante al llamado Artist Point para ver el Gran Cañón y la catarata. Ambos forman un conjunto de cuyos colores dijo Thomas Moran, uno de los grandes de la pintura novecentista de Estados Unidos, que "estaban más allá de lo que puede alcanzar al arte del hombre". Termas calientes Al día siguiente, la visita empieza en las Mammoth Hot Springs, buscando la Minerva Terrace, uno de los hitos del parque, con sus brillantes terrazas multicolores (blancas, opalinas, azules, esmeraldas, ocres), sobre las que corría agua sin parar. Así era hace unos años, como atestigua la foto que abre el folleto que es entregado con la entrada del parque y la recuerdan los viajeros de ahora. Ya no. Minerva, la diosa de los artistas y los escultores romanos, es en Yellowstone como una antigua novia a la que no ha sentado bien el paso del tiempo. La terraza está seca. "Es la pregunta que más me hacen: ¿qué ha pasado?", dice un ranger al defraudado viajero, antes de extenderse sobre depósitos de carbonato cálcico que obstruyen las salidas del agua y terremotos que desvían las corrientes de agua subterránea. Una lástima. Old Faithful -literalmente, el viejo fiel- sigue siendo el superventas de Yellowstone, un géiser legendario por su metronómica regularidad. Tendría un rival de cuidado en Steamboat Geyser, pero a éste le pierde su volubilidad. El Steamboat es capaz de lanzar su chorro hasta los 115 metros de altura, frente a los 56 del Old Faithful, pero entre una y otra erupción pueden pasar lo mismo cuatro días que 50 años. Así que Old Faithful se lleva a todo el público. Miles de personas esperan expectantes su erupción mientras un ranger explica los secretos de la mecánica y la cronología de este géiser, que poco a poco va distanciando sus apariciones. Ahora son cada 92 minutos, minuto arriba, minuto abajo, si la erupción anterior duró dos minutos y medio o más. En caso contrario, no se vació del todo y volverá a saltar a los 65 minutos. A la cita de estas tres de la tarde acude puntual, como un chorro que empieza con titubeos antes de surgir con vigor entre los comentarios aprobatorios de la concurrencia. Sábado negro En el viaje de norte a sur por los arcos occidentales de los dos relojes imaginarios, el paisaje está dominado por los restos del medio centenar de incendios, naturales en su gran mayoría, del sequísimo verano de 1988, que destruyeron el 36% de la superficie del parque. Desde la distancia es como si un gigante hubiese lanzado alfileres a puñados sobre las laderas. Decenas de millones de troncos calcinados, aún enhiestos la mayoría, recuerdan lo que en su día pareció una de la mayores catástrofes sufridas por Yellowstone, con el hito del 20 de agosto, el sábado negro en el que ardieron más hectáreas que en toda la historia de la que hasta entonces había datos. Los naturalistas y rangers de Yellowstone quitan hoy dramatismo a aquel siniestro y lo presentan como una purga natural de las que se producen cada 300 o 400 años. Lo que de lejos parece una zona devastada ofrece de cerca un sorprendente panorama de vitalidad, con apelmazada aparición de nuevo arbolado crecido de las semillas expandidas por los sacrificados en las llamas hace 15 años. "Lo que ocurrió es que se garantizó la vida del parque para otros 250 o 300 años. Para conservarse, debe cambiar", comenta un ranger. Aquellos incendios costaron la vida a unos 300 animales grandes, apenas el 1% del censo. Bisontes, alces, osos... Junto a los recién introducidos lobos -que ya suman más de 130 en Yellowstone, y superan los 220 en el llamado Gran Yellowstone, una zona controlada ocho veces mayor, que incluye al parque-, los osos son las grandes estrellas del parque. No les gusta la gente, y la mejor garantía de verlos es ir a la muestra de animales disecados. "Ayer, alguien dijo haber visto uno en Hayden Valley", señala una ranger en la mañana de la despedida. Si en Yellowstone hay entre 1.000 y 1.200 osos y unos tres millones de turistas, se da una probabilidad de uno entre 2.500 o 3.000 de ver un oso. El cálculo no resiste un mínimo escrutinio científico, pero ayuda a pasar el trago de dejar Yellowstone sin haber visto un oso.
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  • Animales salvajes y caprichos geotérmicos en Yellowstone, al noroeste de EE UU
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  • En busca de búfalos, osos y lobos
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