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Atocha, Canfranc, Estació de França, Central Station... Los nombres evocan lugares que Pilar Vilés y José María Naranjo han querido recordar en las habitaciones de su hotel, a orillas del río Matarraña. Una vida de trabajo en la Renfe, y la audacia de buscar un Shangri-La en ese Teruel que todavía existe, les llevó a adquirir la antigua estación de Torre del Compte y cumplir su viejo sueño de libertad. El hotel, abierto hace cinco años, invita a dormir, cultivar el paladar, escuchar música, pasear o, si se prefiere, no hacer absolutamente nada.
Cinco hectáreas de bosque mediterráneo sobran para el esparcimiento de las instalaciones, que los Naranjo-Vilés han acondicionado con inteligencia y gusto urbano. El almacén aloja el vestíbulo y el restaurante en dos niveles, ambientado según los cánones de la arqueología industrial, con objetos que guardan la memoria del ferrocarril y toda la viguería a la vista.
La estación conserva su estructura, el tejado a dos aguas y las vigas de hierro bajo las cuales se alinean los 11 dormitorios en homenaje a la mítica del chucuchú. La Torre del Compte adquiere la relevancia de la sencillez en que vivía el antiguo factor del lugar. Valencia sabe a mar Mediterrráneo. Atocha exhibe la pasamanería de los pisos del madrileño barrio de Salamanca. Mérida hace un guiño de ladrillo visto al museo de Moneo. Canfranc guarda la calidez de un refugio pirenaico. Sevilla es alegría de cal y forja en tonos albero y verde. Matarraña no reniega de la robustez local. Ni Abando de la sobriedad vasca. França refleja molt
disseny. Estambul, de organdí oriental, invita a un rapto en el serrallo. Y Nueva York, el loft, con hiperbañera de hidromasaje e iluminación en plan Gran Manzana. Por empeño de los propietarios, en todas sobra el televisor, pero no el indispensable libro de mesilla editado por la Fundación de los Ferrocarriles Españoles.
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