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  • Por el coro se adelantaban silenciosamente, atravesando la nave hasta llegar a la escalinata del altar mayor, los oficiantes cubiertos de pesadas dalmáticas, precedidos de los monaguillos, niños de faz murillesca, vestidos de rojo y blanco, que conducían ciriales encendidos. Y tras ellos caminaban los seises, con su traje azul y plata, destocado el sombrerillo de plumas, que al llegar ante el altar colocarían sobre sus cabezas, iniciando entonces unos pasos de baile, entre seguidilla y minué, mientras en sus manos infantiles repicaban ligeras unas castañuelas". Así recordaba Luis Cernuda, en su espléndido Ocnos, la elegantísima ceremonia de los seises, que tiene lugar a las 17.30, durante la octava de la Inmaculada, entre el 8 y el 15 de diciembre. Y así sigue siendo, pasado largamente el tiempo. En la mañana del día 8, a las 11.30 y en el mismo escenario, la catedral sevillana, se lleva a cabo la procesión de "la cieguecita", talla de la Inmaculada de Martínez Montañés, cuyos ojos entornados le han valido el popular apelativo. Por la tarde, los herederos de aquellos niños cantorcicos -cuyo número, según Herminio González Barrionuevo, maestro de capilla de la catedral, en Los seises de Sevilla, se estableció en seis después del primer tercio del siglo XV- protagonizan una de las más hermosas, delicadas y sutiles tradiciones que se conservan en la capital andaluza. Ahora son 10 los niños que interpretan una danza evocada por Carlos Cano, con letra de Antonio Burgos: "Con el sol de diciembre, / alta en la torre / una bandera. / Se levanta en el cielo / la voz de un seise / como una estrella / de pluma y terciopelo, / blanca y celeste, / y al aire queda". Suenan la orquesta y el órgano, interpretando composiciones de Hilarión Eslava, Evaristo García Torres y, sobre todo, del maestro de capilla Eduardo Torres; las voces pertenecen a la escolanía, formada sobre todo por niñas. Joaquín Turina se dejó llevar por su embrujo y compuso Baile de seises en la catedral de Sevilla. El ritual de los seises se lleva también a cabo en el Corpus Christi y durante el triduo de carnaval, sustituyéndose en ambos casos, en su elegante indumentaria, el azul de la Purísima por el color rojo.
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