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  • El rostro del diácono Esteban (se cuenta en los Hechos de los Apóstoles) parecía el de un ángel. De este mártir, el primero que dio su sangre por Cristo, escribió san Agustín: "En Esteban podemos admirar la belleza de su cuerpo, la hermosura de su juventud, la elocuencia de su palabra, la sabiduría de su santísima inteligencia y los efectos de la gracia divina". Su popularidad en toda Europa fue enorme, y Burgos le dedicó una de sus parroquias más ricas, de estampa inconfundible, ya que se alza en mitad del cerro de San Miguel, por encima de la catedral, dominando el caserío. El templo, gótico de finales del siglo XIII y principios del XIV, posee tres naves, poderosa torre campanario, claustro y una bella sala capitular donde se reunían los representantes de la colación para administrar las rentas de la parroquia (entre otros privilegios, se beneficiaba del impuesto que pagaban ciertas mercancías, como el hierro y el pescado, al entrar en la ciudad por la cercana puerta mudéjar de la muralla). Su sobria arquitectura fue embellecida por los mejores escultores de los siglos XV y XVI: Gil de Siloe se encargó del retablo mayor -del que hoy, desgraciadamente, sólo se conserva una escultura de san Andrés -, y artistas como Simón de Colonia, Nicolás de Vergara o Juan de Vallejo (por citar a aquellos cuyas obras perviven) labraron el coro, el púlpito y los primorosos sepulcros de mercaderes y caballeros, donde brilla la delicadeza del último gótico, el plateresco y el arte renacentista. Poco a poco, la parroquia fue perdiendo pujanza: el progresivo despoblamiento de los barrios altos a favor del valle fue mermando los feligreses. El 13 de junio de 1813 estalló el polvorín que las tropas francesas tenían en el cercano castillo y una lluvia de piedras cayó sobre el templo que quedó maltrecho pero en pie. Esta desgracia contribuyó a la decadencia del barrio, cada vez más humilde y de peor fama: a principios del siglo XX eran muy conocidas las mujeres de "la Alteza", sobrenombre castizo de la zona, como la legendaria Culo Eléctrico; pero incluso el farolillo de sus portales se apagó del todo. San Esteban, pese a pertenecer al corazón del centro histórico, pasó a ser un barrio marginal con fama de peligroso. La propia parroquia cerró sus puertas y, desde entonces, el joven y bello mártir no tiene culto en Burgos. Hoy la ciudad parece empeñada en recuperar su Barrio Alto y devolverle la vida, y la mejor muestra de ello son los dos sorprendentes museos que han nacido entre sus empinadas callejas: nos referimos al Museo del Retablo (instalado desde hace una década en la antigua iglesia) y al recién inaugurado Centro de Arte de Caja de Burgos (CAB), dedicado a las últimas tendencias artísticas. La mejor forma de llegar a ambos es subir la cuesta de la calle de Valentín Palencia, que nace junto al costado norte de la catedral y que pronto nos permite descubrir el airoso ábside gótico de San Esteban frente a la moderna y hermosa arquitectura del CAB. Entraremos primero en la iglesia, convertida ahora en Museo del Retablo. Pocos museos están mejor ordenados y ninguno ofrece un marco más adecuado para este tipo de obras: una veintena de retablos, la mayoría de los siglos XVI y XVII, limpiamente instalados en las arcadas y los muros del templo. La belleza de esta colección deja un poso melancólico en el visitante porque da testimonio de tantos pueblos de la diócesis abandonados, con sus parroquias en ruinas o que, sin posibilidad de proteger sus obras de arte, las dejan aquí en depósito a la espera de tiempos mejores. Detrás de cada pieza hay una historia de incuria o pobreza que conmueve, sobre todo si uno conoce los soberbios lugares de procedencia, como Cortiguera o Villamorón, dos despoblados cuyas iglesias están a punto de caerse. Otro caso diferente es el de algunas parroquias rurales que permiten la exhibición de sus retablos durante unos años a cambio de que el taller del museo los restaure, lo que da a la colección un carácter vivo y mudable. Lo mismo ocurre con la exquisita muestra de orfebrería del coro alto: cuando se acercan las fiestas patronales, los pueblos recuperan sus cruces procesionales y custodias, y en las vitrinas del museo se instalan otras que las sustituyen. Un edificio de tres cuerpos El Museo del Retablo comparte plaza con el moderno edificio del CAB, cuya pureza de líneas, discreción y belleza lo convierten en un hito urbano y en un ejemplo de cómo la arquitectura actual puede imponer su personalidad sin adulterar el entorno en el que se integra. El edificio (firmado por Félix y Santiago Escribano, Arancha Arrieta e Ignacio Sáiz Camarero) se caracteriza por sus tres cuerpos, que aprovechan el desnivel del terreno para avanzar divergentes sobre la ciudad. A través de sus ventanales se ve un ancho paisaje, integrado en el museo casi como una obra más, y desde la terraza exterior se puede disfrutar de una espectacular perspectiva de la catedral. El CAB, dirigido por el pintor Rufo Criado, posee una de las mejores colecciones de arte español actual, en la que destaca la variedad de tendencias, técnicas y autores: Darío Villalba, Eulàlia Valldosera, Cruz Novillo, Isaac Montoya, Humberto Rivas, Daniel Canogar, Alfonso Albacete, Juan Muñoz, Paloma Navares, José Manuel Broto, Miquel Barceló, Sergio Prego, Chema Madoz... Quien tenga curiosidad por lo que han hecho nuestros artistas durante los últimos años encontrará aquí una selección que se distingue por la amplitud de criterio y por su calidad. Así, en el antiguo barrio canalla de Burgos conviven ahora, casi puerta con puerta, en buena vecindad, los artistas contemporáneos con los góticos y renacentistas, la contagiosa alegría laica del CAB con el hondo espíritu religioso del Museo del Retablo. Quedan otros museos no menos sorprendentes, como el que se ha instalado en las ruinas del castillo, donde el visitante podrá emular a los personajes de Julio Verne y descender los sesenta metros de su pozo medieval. Ya lejos de San Esteban nos esperan dos más: en el monasterio de San Juan, el dedicado al pintor Marceliano Santamaría, famoso por sus paisajes castellanos; y al otro lado del río Arlanzón, el veterano Museo de Burgos, que, repartido en dos hermosos palacios renacentistas, guarda la memoria arqueológica y artística de la provincia y atesora obras maestras de Gil de Siloe o de Mateo Cerezo. El visitante que llegue a Burgos y ame el arte tiene hoy nuevas citas que enriquecerán su mirada y su sensibilidad, que le llenarán de asombro y agradecimiento. ¿Alguien está dispuesto a renunciar a tal cosa? Seguro que no. - Óscar Esquivias (Burgos, 1972) es autor de El suelo bendito (Editorial Algaida).
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  • Diario El País S.L.
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  • Cinco visitas que parten del recuperado Barrio Alto
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  • Los museos escondidos de Burgos
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