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El vino de maceración carbónica se extiende ya por todas las zonas vitivinícolas españolas: Galicia, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Madrid, Extremadura, Canarias, Aragón, Andalucía, Murcia, Navarra... Incluso hace sus pinitos con el vino blanco, que se cubre de nieve carbónica para proteger sus perfúmenes. Cada año hay más bodegas elaborando excelentes vinos primeros, cuya impresionante potencia aromática se consigue con la fermentación espontánea de las uvas enteras en los lagares de las bodegas. No es de extrañar que los nuevos vinos de maceración carbónica impongan su atractivo entre los vinos jóvenes gracias a su aroma explosivo, casi violento, muy rico en notas frutales; a la armonía, a veces contrapunteada, de notas especiadas; a los perfumes florales; al embrujo balsámico, y al telúrico fondo mineral. Aromas y gustos con la impronta del terruño como fe de bautismo. Resulta reconfortante catar vinos de variedades autóctonas y hasta ahora ajenas a la maceración carbónica, como bobal, garnacha -tinta y tintorera-, monastrell, mencía, listán negro, prieto picudo, o la gloriosa tempranillo en sus versiones riojana, manchega, castellana, extremeña... Por no hablar de las recientemente incorporadas airén y albariño.
La nueva añada ofrece gozos y sombras. Se presumía que iba a ser la cosecha del siglo, pero los resultados son muy dispares, ya que la ola de calor del verano pasado ha afectado de distinta forma al viñedo, sobre todo el de secano. Y luego, lluvias inoportunas en tiempo de vendimias. El resultado es cierto desequilibrio de la uva, taninos poco maduros y abundantes azúcares, lo que se ha traducido en vinos ligeramente alcohólicos. Año, por tanto, de enólogos, que deberán poner a prueba su pericia.
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