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  • Seis veces más grande que España, poco poblada fuera de Buenos Aires, Argentina había tenido hasta ahora dos tipos de turistas. Por un lado, locos aventureros, viajeros empedernidos en busca del paraíso solitario, como Saint-Exupéry, que imaginó a su principito mientras volaba sobre la Patagonia como aviador de la Aeropostal Argentina, filial de la famosa Compañía Aeropostal Francesa. Por otro, ricos y famosos, como los millonarios Ted Turner, George Soros o Silvester Stallone, que han comprado hectáreas en el sur al precio de un metro cuadrado en Nueva York. Pero la crisis política y la devaluación del peso acabaron con todo eso. Ahora, un país entero preparado para el turismo acoge con los brazos abiertos a viajeros menos extravagantes -muchísimos de ellos españoles-, atraídos por un cambio que ya supera el 3,50 a 1 con el euro (hace dos años era 1 a 1). Incluso los larguísimos desplazamientos en avión se han vuelto accesibles, en torno a los cien euros. Sin embargo, la pobreza que está sufriendo el país es apenas visible en los centros turísticos. Se percibe sobre todo en la capital, que sigue sin embargo llena de atractivos, como el teatro, el tango y la buena comida (por menos de 20 euros). Una vez aclimatado, apetece subirse a un avión y aprovechar el verano austral para conocer algunos de sus destinos más destacados. 1 Iguazú, explosión de agua en medio de la selva En menos de dos horas de avión desde Buenos Aires se llega al corazón de la selva, donde reinan las cataratas. Cuando se camina por una pasarela sobre el río Iguazú, aparentemente tranquilo, camino de la Garganta del Diablo, el ruido anuncia lo que vendrá, pero se queda corto. La visión de las toneladas de agua que se desploman cada segundo a escasos metros de la pasarela suspendida en el aire sobrecoge de tal manera que nadie habla. Tampoco se escucharía. El agua rebota con estruendo, y la espuma sube 70 metros hasta mojar a los atontados turistas, en una especie de humareda que se ve desde varios kilómetros. No es la más alta ni la más ancha de las cataratas del mundo, pero muchos coinciden en que es la más espectacular. Una vez comprobadas de cerca las colosales dimensiones, es recomendable alejarse a disfrutar de la visión completa de las cataratas y sus dos kilómetros de cascadas a distinta altura. En los últimos años, los argentinos, que comparten este tesoro con los brasileños, han fabricado múltiples pasarelas para ver todos los saltos de cerca. Con eso bastaría, aunque en el lado brasileño las vistas completas son mejores. Imprescindible la navegación acuática, que por 10 euros lleva debajo del salto San Martín, segundo en importancia -con la consiguiente ducha completa-, en una lancha motora. Si tiene tiempo es recomendable la selva durante un par de días: internarse en la reserva Yacutinga, a dos horas en todoterreno, para ver tucanes, loros, águilas, capibaras (aquí carpincho, el mayor roedor del mundo), iguanas, coatíes y, con mucha suerte, algún puma. 2 Perito Moreno, el glaciar amable Se deja ver de cerca, garantiza una buena ruptura cada media hora y se puede pisar y recorrer sin peligro. El Perito Moreno rompe con todas las ideas que un europeo tiene sobre estos colosales ríos de hielo. Es amable. Lo único que no suele haber es buen tiempo, enemigo natural del hielo. En realidad, es como las cataratas, pero ralentizado. Cada poco, si se es paciente, un trozo de hielo se desprende de esta mole de 60 metros de altura y cae al agua, que no es tal. La llaman leche glacial, y tiene un color lácteo que al atardecer sobre el lago Argentino, el mayor del país, se vuelve turquesa. El estruendo satisface a quienes lo han visto todo y hace rabiar a los que estaban de espaldas. Pero siempre habrá otro. El río de hielo nunca se para. Las excursiones cuestan alrededor de 50 euros. Imprescindible la del trekking sobre el glaciar. Suena arriesgado, pero es apto para todos los públicos. Los crampones, más fáciles de usar de lo que parece, permiten subir y bajar en medio de extrañas formas y cuevas congeladas, siempre rodeadas de ese penetrante color azul que no es más que una ilusión óptica provocada por la refracción de la luz solar sobre el hielo. La apertura de un aeropuerto internacional en 2001, la devaluación y la promoción del presidente Kirchner, antes gobernador de esta provincia, han hecho de El Calafate, el pueblo cercano al glaciar, un foco de atención mundial, a tres horas en avión desde Buenos Aires. Aún no hay sensación de overbooking en el glaciar, pero nadie sabe por cuánto tiempo. Otras posibilidades son la navegación para ver desde el barco otros inmensos glaciares, como el Upsala, al que se llega sorteando una barrera de icebergs. 3 Ushuaia, el fin del mundo Si de cada viaje se traen fotos, souvenirs y sensaciones, la de Ushuaia es evidente: es el fin del mundo, la ciudad más al sur del planeta, a 3.000 kilómetros de Buenos Aires y una hora de avión desde El Calafate. Pero para sentirlo, además de saberlo, hay que subirse a un barco de los que navegan el canal del Beagle, y acercarse despacio al islote que hay frente a la ciudad, donde vive una importante comunidad de leones marinos. Cuando la nave se acerca a tres metros, y sólo se oyen en medio del canal los gritos de los machos, uno se da cuenta de que a partir de allí el ser humano no pinta mucho. Ushuaia es punto de partida para excursiones de aventura a la Antártida, a dos días de navegación. También se puede iniciar el viaje para cruzar el mítico cabo de Hornos, escenario de centenares de naufragios. En esa misma excursión marítima de medio día se llega a otra isla donde anidan, en esta época del año, decenas de aves, pero sobre todo cormoranes y petreles. Por todas partes hay refugios de los indios yamanas o selk'nam, que vivieron aquí hasta hace 150 años. Desde Ushuaia, habitada por una extraña mezcla entre colonos del norte pobre y jóvenes universitarios de Buenos Aires con ansias de aire puro, parten varias excursiones en todoterreno a los lagos cercanos, envueltos en la parte final de los Andes, que hace miles de millones de años chocaron aquí contra una placa tectónica, girándose y generando la Tierra del Fuego. Para acabar el día, un plato con la centolla del fin del mundo y la exquisita merluza negra. 4 Bariloche y San Martín de los Andes, la Suiza del sur Hasta hace bien poco, este lugar era conocido en Europa sólo por esquiadores con bolsillo cómodo que llegaban aquí cuando la nieve desaparecía en los Alpes para aprovechar sus excelentes pistas, y por pescadores atraídos por las enormes truchas de sus ríos. Tradicional destino turístico para argentinos, el parque nacional Nahuel Huapi ofrece un paisaje de postal no sólo por sus lagos y bosques, sino por esas perfectas casas de madera que en todo momento recuerdan a Suiza. De hecho, muchos pobladores de esta zona descienden de inmigrantes centroeuropeos. Éste es el lugar perfecto para realizar una buena excursión a caballo. Puede hacerse en todo el viaje por Argentina, el país de los gauchos, pero aquí lo disfrutará más. San Carlos de Bariloche, a dos horas de avión desde Buenos Aires, tiene las mejores instalaciones para establecer el campo base de visita a los lagos, además de buenos restaurantes donde comer el famoso cordero patagónico, aunque está algo masificado. En Villa La Angostura, a sólo 40 kilómetros, encontrará la paz absoluta y un punto privilegiado para bañarse en el lago, o llegar, tras tres horas de caminata, hasta el bosque de arrayanes, árboles autóctonos que en sus cortezas color canela contabilizan el paso de varios cientos de años. Unos cien kilómetros separan La Angostura de San Martín de los Andes, conocido punto de pesca: son una ruta de tierra y asfalto panorámica, llamada "de los siete lagos", que completa la visita. 5 Mendoza, tierra de vinos A la altura de Santiago de Chile, pero del otro lado de los Andes, esta ciudad ha sido siempre punto de encuentro de alpinistas apasionados camino del Cerro Aconcagua, el techo de América (6.962 metros), relativamente accesible, aunque requiere un par de semanas para aclimatarse. El trekking en esta zona para los menos preparados sigue siendo una buena idea para llegar al refugio de Plaza de Mulas y ver el pico y el entorno de este parque provincial de 71.000 hectáreas. Los precios asequibles han dado a conocer en Europa también el mayor atractivo de Mendoza: sus vinos exclusivos, la mayoría con una uva francesa que en estas tierras ha adquirido características únicas, el malbec. Aquí se produce el 63% del vino de toda Argentina. La ruta que recorre las bodegas incluye siempre degustaciones y un buen almuerzo. En enero y febrero también es posible participar en la vendimia. Otra alternativa es hacer el recorrido a caballo y acercarse al cercano valle de los Cóndores para apreciar el vuelo de estas aves, que pueden llegar a los tres metros de envergadura. Cacheuta, a una hora en autobús desde Mendoza, ofrece descanso en aguas termales, mientras que en el río Mendoza, a unos 30 kilómetros de la capital, el deshielo del Aconcagua permite practicar rafting. Las Leñas es una destacada estación de esquí en invierno, pero durante el verano austral se convierte en el punto de partida para excursiones de varios días a caballo hasta un campamento de lujo en plena montaña. La ciudad, separada de Chile por las montañas y de Buenos Aires por 1.040 kilómetros de interminable llanura, se conserva como un islote colonial sin apenas rastro del desarrollismo salvaje típico de otras capitales argentinas. Es elegante, y sus calles están llenas de buenos restaurantes y cafés para dedicarse unos días a relajar el paladar en la tierra que los propios mendocinos llaman "del sol y del buen vino".
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