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  • Tras su reciente privatización en manos del grupo hotelero Pestana, las pousadas portuguesas toman la delantera sobre los paradores españoles en el gusto por la arquitectura vanguardista y la rehabilitación audaz de ciertos monumentos históricos. Muestra de ello es la arriesgada intervención del arquitecto Diogo Lino Pimentel sobre el convento fortaleza de Ara Coeli, fundado en el siglo XIII por Sancho I de Portugal frente al estuario del río Sado, una de las reservas faunísticas más importantes del país vecino. Ningún atisbo desde la autopista permite suponer que tras estas almenas de sabor medieval y olor a clausura frasea un rap el acero y el cristal, una escalera de madera voladiza y un cubo de Rubik transparente en el centro del perímetro claustral. No cabe duda. La pousada de Alcácer do Sal es un edificio de este tiempo, diáfano y minimalista, enfáticamente conceptual. Su paisaje argumental huye de cualquier efectismo o intención museística. Mil recovecos tiene para perderse en el escapulario de la historia y también para orientarse con la semiótica de sus tapices étnicos o pinturas de corte posmodernista, bajo la luz de un nuevo mestizaje visual. La desnudez completa de sus muros, blancos y suaves, renueva el diálogo conventual entre el ser y el estar, lo turístico y lo mundano, los placeres de la vida y el recogimiento que se pretende en un alojamiento con personalidad. Más allá de las imágenes, las texturas y los trazos se enclaustra lo útil y necesario: una biblioteca recoleta bien surtida de revistas de diseño, un salón implantado bajo las bóvedas de la antigua capilla, el comedor bienaventurado de la sopa de mejillones y el museo arqueológico en trance de exposición, bajo el cubo de vidrio transparente antes señalado en el exterior del claustro. Tonos sedantes A su alrededor se ordenan, amplios y luminosos, los dormitorios herederos de las antiguas celdas monjiles. Aquí también las paredes hablan de lo mínimo en favor de los tonos ocres, sedantes, y de las tapicerías y lencerías de cama sin estridencias. El mobiliario cumple sus funciones con pulcritud geométrica, al gusto actual. Igual que los cuartos de baño, por descontado higiénicos, aunque excesivamente austeros en su ajuar cosmético. Mal se entiende, frente a tanta modernidad, que los desayunos sigan un ritual ya obsoleto en su escenificación y en la insipidez de las elaboraciones, pecado generalizado a una y otra orilla de la península Ibérica. Con un poco más de cuidado, el día despertaría más fragante frente a las cristaleras del comedor, donde se esparce, entre almenas y ruinas castellares, un jardín cuajado de olivos, macizos de flores y un viejo roble que aproxima a esta pousada el horizonte arábigo del Alentejo.
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  • Diario El País S.L.
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  • POUSADA DE DOM AFONSO II, vanguardia arquitectónica en Alcácer do Sal
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  • El refinado cubo portugués
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