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  • Es lo que tiene Asturias. Una exégesis del paraíso natural cuyas raíces se hunden en la historia de su corte pelaya, en el relieve trompicado de sus montañas litorales y en el aroma rústico de la hierba y la sidra. Guapuras de infancia para Dolores Álvarez, curtida en los fogones de El Faro de Piles, Casa Elche y el hotel Miramar, que no ha resistido la tentación de inmiscuirse en el pujante turismo rural asturiano y administra con criterio un hotelito de nueva factura en la aldea casi inexistente de Lugás, próxima a Villaviciosa. Su hijo Daniel, diplomado en turismo con una tesis sobre el club de Casonas Asturianas, le ayuda en el difícil empeño de izar esta corte onírica, evocadora de los 12 primeros monarcas astures, al cielo de la hostelería con encanto. Piedra, teja y madera. Dos casonas y una panera. La primera de las edificaciones, original del siglo XVII, acoge hoy la mitad de los dormitorios y el grueso de las instalaciones comunes, incluido un salón-vestíbulo en homenaje a aquellos reyes asturianos cuyos retratos decoran sus paredes con la firma de Enrique Rodríguez Kiker. Otros rincones de la casa exhiben el resto de los 27 óleos que forman esta importante colección iluminada por el artista en 1986. En el comedor, sin embargo, no hay más arte que el de la tradición asturiana, con platos que han hecho escuela, como el capricho de Favila (tortas de maíz, picadillo, huevo de aldea, pisto y crema de cabrales). El desayuno se vive como una fiesta particular de la cocinera propietaria, enemiga del desaliño en el bufé y amante de la carta servida en mesa, para la cual se esmera en unos huevos fritos del corral de Almadita, su vecina. Fina rusticidad La segunda construcción, al oeste, proviene de la restauración de un antiguo llagar y horno de pan, por tanto heredera de la misma piedra de mampostería; bajo cubierta, abuhardillados, galerías de madera, y también el mismo paisaje interior de fina rusticidad en el mobiliario, en los pies y cabeceros de forja o en las delicadas labores de ganchillo que festonean las ventanas. Tanto afán por respetar las hechuras tradicionales de la casa olvida, ¡ay!, el insoslayable aislamiento acústico. No por el escasísimo tráfico que soporta esta aldea, sino por el crujido interior de la madera y la animada convivencia a que se entrega de noche la clientela. Todas las habitaciones ofrecen una personalidad distinta en memoria de la corte asturiana. Silo, en altillo color vino. Alfonso I, en altillo azul. Alfonso II, con dosel y escritorio. Alfonso III, la mayor, en tonos ocres y naranjas, con muebles artesanos y un edredón de cuadros algo más moderno. Ordoño, con un cabecero tallado en el siglo XIX. Y los demás: Fruela, Aurelio, Mauregato, Vermudo, Ramiro. El restaurante Favila y el salón Pelayo. Doce argumentos para volver a Lugás.
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  • Diario El País S.L.
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  • LA CORTE DE LUGÁS, doce habitaciones con nombres de reyes en Villaviciosa
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  • Dos casonas y una panera asturianas
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