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Dibujó una raya sobre la arena y, poniéndose de un lado de la línea, invitó a todo aquel que quisiera seguirle. Trece hombres la cruzaron, los Trece de la Fama, que res
istieron junto a Francisco Pizarro siete meses en la isla del Gallo hasta que llegó la nave con la que seguirían su conquista de Perú. En homenaje a ellos, el último hotel abierto en Trujillo toma el nombre de la isla, y sus habitaciones, los de aquellos hombres.
La fachada del hotel subvierte en color salmón la severidad arquitectónica de una casa trujillana de los siglos XVII y XVIII, a un lado de la plaza de Juan Pizarro de Aragón, frente al palacio del mismo nombre (hoy teatro). En el interior, rincones agradables, como la biblioteca, y otros de sarpullido historicista, como la sala de cazadores. Con acceso a un patio de naranjos, bajo la lámina azul de la piscina y sobre el sótano de termas recreativas, la taberna Doña Francisca se significa por sus deliciosas tapas. Antesala del restaurante Huaylas Nusta, donde las imaginativas creaciones del chef vasco Ignacio Urain ponen el contrapunto a una pachanga musical de fondo.
La decoración en general, y muy especialmente el gusto manifiesto en la selección del mobiliario y las tapicerías, crea ambientes íntimos y seductores. Algún que otro lujo futurista, como el televisor panorámico Loewe, encuentra feliz acomodo en un mueble de camuflaje que comparte con el minibar. Pero su mayor virtud es la de difuminar un interiorismo arquitectónico torpe y mal acabado. Puertas hiperbarnizadas, iluminación escasa, tabiques mal insonorizados, extractores atronadores en los cuartos de baño, pasamanería, grifería y tomas eléctricas de imitación... Ni siquiera la bandeja del set cosmético cabe en la encimera del lavabo. Pecados repetidos aquí como allá por la cadena Husa.
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