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Hotel con vistas a la Fontana di Trevi, grabadora para practicar el onanismo verbal y ningún
antídoto contra el mal de Stendhal. Así afrontó esta actriz y directora de la obra teatral Desorientados su primer viaje a Roma. Hoy la llama "mi ciudad".
De manera que es de las lobas viajeras solitarias.
Me encanta viajar sola, aunque cuando lo hice a Roma, hace cuatro años, iba a acompañarme un amigo que finalmente no pudo ir. Así que me fui sola, sin cámara de fotos y con una grabadora en la que recitaba mis impresiones. Cuando escucho la cinta compruebo que estaba saturada de belleza.
¿Cómo fue el primer paseo?
Salí del hotel y llamé a mi amigo para decirle "ya estoy aquí". Me teledirigió a distancia: sigue por esa calle, bordea el monumento que te encontrarás y toma esa callecita a la derecha. Ahora cierra los ojos, da cuatro pasos, ábrelos. Delante de mí había unas ruinas maravillosas en el atardecer. Lloré mucho.
El manual del viajero solitario dice que siempre se pega la hebra con algún oriundo.
Conocí a un romano, guía de una iglesia. Tuvimos una conversación magnífica sobre arte y me invitó a tomar pasta.
No sé si preguntarle cómo terminó el lance.
Bien, hablando de arte y fútbol. Era mono, como lo son los romanos en general. Además de coquetísimos. Hasta los carabinieri van con sus patillas cuidadas y oliendo a colonia.
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