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  • El nuevo siglo de las luces está obligando a algunos propietarios a abrir sus cortijos al turismo rural. Botón de muestra es esta hacienda casi anónima de las afueras de Utrera, parapetada tras unos muros altos que apenas dejan ver el luminoso jardín de palmeras, olivos, buganvillas, caminitos de albero y césped de grama bien regado. Un oasis verdiazul en el yermo laminar sevillano, refrescado en verano por una piscina que los guardeses se afanan en mantener a toda costa limpia de hojarasca e insectos. Albero, almagra y cal. Los tópicos cortijeros fluyen por las fachadas, los portones y ventanales como si tal cosa, enemigos de estridencias, en los únicos brazos del buen gusto y la filigrana floral, a través de cien arriates, mil macetas... Pues lo barroco se vive dentro, en unos salones abigarrados de muebles seculares, adornos moriscos y otras valiosas piezas de anticuario. Destellos visuales prevalecientes sobre los propios del servicio, un bien escaso en este purgatorio del señorío, salvo en días de convenciones. Una carpa junto a la piscina permite asambleas de hasta 600 personas, para que luego no se diga que el hotel es tan exclusivo. De perfil mate, pequeñas y no muy galanas, las habitaciones reducen su orfebrería mobiliaria a una cama con cabecero de forja abrigada por una sencilla colcha a cuadros verdes y blancos. Cañí, como Dios manda aquí. Los cuartos de baño ofrecen, además de un ventilador ruidoso, un ajuar cosmético, en sobres de plástico, inesperado en una hacienda que pretende atraer al turismo con clase. Y al precio que se paga... Un despertador eficaz Las estancias verdaderamente señoriales se reservan, no obstante, para algunas celebraciones especiales. Con gracejo indiscutible, el personal de limpieza irrumpe por las mañanas como un despertador eficaz para aproximarse al desayuno: bizcocho, yogur envasado, pan de molde y café templado servidos cerca de la cuadra. Si no aburre el tópico, frente a los dormitorios se ha habilitado una nave como museo de carruajes, en el que se conservan 22 coches protagonistas en Sevilla de importantes ferias y exhibiciones de enganches. Entre los ejemplares más valiosos se cuentan un tílburi Stanhope Gig de 1816; un faetón Beaufort Mail de 1820; un Canetela del siglo XVIII, y el faetón Birloche, que perteneció a Jorge IV de Inglaterra.
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  • HACIENDA DE ORÁN, un cortijo con museo de carruajes a las afueras de Utrera
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  • Cal y albero en la campiña sevillana
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