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Apenas siete años después de su inauguración, este molino hidráulico vecino de la monumental Sigüenza y original del siglo XV se ha consolidado como uno de los establecimientos hoteleros más sugestivos y familiares de Guadalajara. El empeño laborioso de sus propietarios, Juan Moreno y Toñi Gordo, gana nuevos horizontes con la reciente incorporación de sus hijos al negocio -Samuel, a los fogones, y Blanca, a cargo de la sala y la bodega-, con mejores mimbres para organizar pequeñas convenciones y seminarios. Un ala del edificio acaba de ser ampliada para ese objeto y para permitir la navegación por Internet, imprescindible si se quiere uno aislar en un hotel así y seguir enchufado fuera de los fines de semana al teletrabajo. Mimetizado con el jardín, más verde y lujuriante que nunca, el Salón del Agua flota literalmente sobre el río Henares a través de una efectista cristalera habilitada en el suelo, donde observar el paso de las truchas. Qué mejor entretenimiento que ver correr el agua bajo los pies como una metáfora de la vida: "Todo fluye, nada permanece".
Si acaso, queda la arquitectura, el paisaje, el recuerdo de la molienda. Juan y Toñi han mantenido viva la ilusión fabril del lugar en cada metro cuadrado de mampostería, en los canalillos de teja y hasta en el fuste de madera que antiguamente guiaba a la rueda. Aperos de labranza, muebles de anticuario y otros ornamentos rústicos ambientan las zonas comunes en toda la amplitud de la planta baja, aliviadas con otros detalles más actuales y unos confortables sofás que en nada recuerdan al duro banco del molinero. La luz del sur inunda el molino desde muy temprano, momento único para remojarse en la piscina o darse un baño de rocío bajo la arboleda.
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