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  • En el pulso que mantienen las autonomías por desarrollar cuanto antes mejor una red de alojamientos rurales, Aragón toma ventaja gracias a la rehabilitación efectuada hace unos meses del monasterio cisterciense de Rueda, en la Ribera Baja del Ebro. Fundado en 1202 por los monjes de Gimont, el recinto monumental integra una iglesia y un palacio abacial que no vio la luz hasta bien entrado el siglo XVII, época en la que fue erigida una torre mudéjar actualmente en ruinas y que llena de melancolía el lugar. En torno al claustro desamortizado por Mendizábal bajo el rigor de 1835 pivota buena parte de la hospedería turística, cuyo renacimiento arquitectónico, financiado por la Unión Europea, añade valor a los depurados recursos estilísticos del monasterio, impresionante por sus volúmenes y perspectivas, en un ejercicio arquitectónico que recuerda al genial Souto de Moura en su rehabilitación de la pousada de Santa María de Bouro, al norte de Portugal. Contra todo entendimiento, la gestión hotelera de Rueda no ha sido encomendada a la red nacional de Paradores, sino al grupo empresarial Arturo Cantoblanco, especializado en catering y serialización de restaurantes para bodas, bautizos y banquetes. Una actividad que no empaña el buen servicio hasta ahora dispensado en la hospedería, pero que no oculta a nadie los riesgos de una masificación de eventos en una iniciativa apoyada oficialmente bajo la etiqueta expresiva del encanto. En medio del claustro ajardinado se conserva la antigua cisterna de la comunidad benedictina, constituida por unos 30 monjes y 40 servidores, entre legos y criados. Y a su alrededor, un parterre exornado con arriates de petunias que simboliza el mimo empleado en la recepción de los huéspedes, tras un sinuoso viaje a través de las desérticas tierras que rodean Sástago y las orillas del Ebro. A lo largo del pasillo distribuidor de las habitaciones, en la primera planta, el arquitecto Javier Ibargüen ha previsto una cadencia sucesiva de salones y vanos para ganar luz natural, filtrada a través de unos generosos ventanales. Las contraventanas, unas son de madera basta, otras de tablero fino y las más de acero corten con remaches a la vista. Toda la decoración se significa además por vistosos tapices y cortinajes, apliques y diversos utensilios vanguardistas, así como una buena muestra de las pinturas de Félix Adelantado, reseñadas a un lado del marco. Los baños y la bollería Tonos neutros con matices cremas, pajizos y maderosos dan calidez a los dormitorios bajo ese pellejo minimalista que define la moda actual. Decoración un tanto repulida, pero muy luminosa y eficaz a la hora de ambientar el relax. Más aburridos, los cuartos de baño insisten en la disposición normalizada de la bañera y su minúscula mampara, a propósito para dejarlo todo perdido de agua. Si bien lo peor está por llegar a la mañana siguiente: bollería gomosa, tostadas industriales, zumos de llamar al primo... El desayuno propuesto aquí por Cantoblanco irrita los sentidos tanto como su música de acompañamiento, más apropiada para amenizar los paseos por una feria de muestras que para celebrar el primer café del día en un hotel con historia y encanto.
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  • HOSPEDERÍA MONASTERIO DE RUEDA, habitaciones con historia a orillas del Ebro
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  • Mirada actual al canon benedictino
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