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Tan popular es en Ibiza y tan auténticas sus instalaciones que todo el mundo lo denomina El Chiringuito. Al pie de la vistosa cala de Es Cavallet opera este restaurante al aire libre con bastante más envergadura que la habitual en otros chamizos estivales. Sobre amplios suelos de madera, bajo sombrillas y enramadas de brezo, sus mesas prestan cobijo a centenares de clientes en busca de refrigerio. Los asiduos saben que no hay que dejarse guiar por la vulgar carta plastificada. Sus especialidades van más allá de bocadillos y cuatro ensaladas. Así lo ratifica la macropizarra expuesta en un rincón, en la que se reseñan las sugerencias del mercado. Pescados fritos, guisados o a la plancha; mariscos, arroces y calderetas, conforman un listado en constante cambio. Algo muy sugerente y mediterráneo.
Lo que resulta difícil de entender es que, con el elevado número de clientes, el servicio sea fluido, y el punto de los pescados, acertado. Gracias al oficio de Lucas Bahía, jefe de plancha, las navajas llegan jugosas, las sardinas no desmerecen y los rodaballos o rascacios enteros descubren unas carnes bien tratadas. Como las raciones son abundantes, lo aconsejable es compartir algunos entrantes y repartirse después los segundos. Hasta tal punto, que las calderetas y arroces que se anuncian para dos alcanzan incluso para cuatro. Se comprueba con el arroz caldoso de bogavante, que se presenta en un caldero de hierro exhalando aromas concentrados. ¿A cuento de qué esa reiterada obsesión de algunos jóvenes cocineros por los risottos italianos, cuando es difícil cuestionar el suculento refinamiento de los arroces caldosos (cremosos) españoles? Parecida gustosidad posee la caldera de pescados, un fondo de aromas yodados en el que nadan tiernas patatas y gruesos tropezones de pescados blancos. O la cazuela de fideos con almejas, fiel al estilo de la casa.
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